Decimosexto Domingo después de Pentecostés - Curación del hombre hidrópico

Curación del hombre hidrópico
Jesús, tomándole, le sanó y despidió.

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Reflexión sobre la liturgia del día

Divitias Christii (¡Las riquezas de Cristo!) Estas palabras nos revelan el gran contraste que hay entre nuestra miseria y la infinita misericordia del Salvador, que inspira a la Iglesia, el acento de la oración de ésta cuando manifiesta a Dios la gran necesidad que tenemos nosotros de él, y al mismo tiempo la invitación que a nosotros nos dirige para que contemplemos el misterio insondable de las riquezas de Cristo. Al confesar san Pablo su impotencia para medir las dimensiones infinitas de tal misericordia, evoca toda la amplitud de la obra salvífica de Dios, para darle gloria e invitarnos a abrirnos a las gracias que nos destina el Señor. La muerte redentora de Cristo, el don del Espíritu Santo, la Iglesia, las santas Escrituras, los sacramentos: he ahí los tesoros de vida divina que vienen a transformar nuestra existencia.

Pobreza y riqueza. Ciertamente que el hombre nada vale de por sí; pero Dios le ha dado todo al darle a su propio Hijo. De ahora en adelante, nuestra actitud, de dependencia total con respecto a Dios, ha de estar penetrada al mismo tiempo de gratitud y de alegría. Ahí es donde encuentra la humilde hidalguía del cristiano su justificación y su secreto.

Sobre la curación por Cristo de enfermos en sábado, ver las del hombre de la mano seca (Mat. 12.9-13), de la mujer encorvada (Luc. 13.10-17), del paralítico de Bezata (Juan 5.1-47), del ciego de nacimiento (Juan 9.1-41). El mismo Jesús justifica esta su conducta en Luc 14.5 y Juan 7.20-24. Por lo demás, en Mat. 12.1-8 se le verá proclamarse Señor del sábado.

Sobre la primacía del deber de la beneficencia, repasar Job. Recordar que las señales mesiánicas do Cristo son acciones de beneficencia (ver lo que se dice en el 2° domingo de Adviento sobre el «Mesías de los pobres»), que en el juicio universal el criterio de discriminación lo constituirán las «obras de misericordia» (Mat. 25.31-46), que todos los milagros de Jesús fueron milagros de beneficencia (Mat. 9.35 y los relatos de milagros en los cuatro evangelios), que la misión a que envió a sus apóstoles (Mat. 10.7-8- Luc. 9.1-2) era de beneficencia como io fueron también los milagros que realizaron, y que san Pedro (Hech. 10.38) resume ía carrera terrena del Salvador proclamando que pasó haciendo el bien.

(Misal diario y vesperal, por Dom Gaspar Lefebvre, O.S.B. de la Abadía de S. Andrés, Décima Edición)

Liturgia de la Misa

La resurrección del hijo de la viuda de Naím reavivó el Domingo pasado la confianza de la Iglesia; su oración se alza cada vez más insistente hacia su Esposo desde esta tierra, donde El la deja ejercitar algún tiempo el amor en el sufrimiento y las lágrimas. Tomemos parte con ella en estos sentimientos, que la sugirieron elegir el siguiente Introito.

INTROITO

Ten piedad de mí, Señor, pues a ti clamo todo el día: porque tú, Señor, eres suave y manso, y copioso en misericordia para todos los que te invocan. — Salmo: Inclina, Señor, tu oído hacia mí, y óyeme: porque soy débil y pobre. Gloria Patri.

En el orden de la salvación es tal nuestra impotencia, que, si la gracia no se nos anticipase, no tendríamos siquiera el pensamiento de obrar, y si no continuase en nosotros sus inspiraciones para llevarlas a término, no sabríamos pasar nunca del simple pensamiento al acto mismo de una virtud cualquiera. Por el contrario, fieles a la gracia, nuestra vida ya no es más que una trama ininterrumpida de buenas obras. En la Colecta pedimos para nosotros y para todos nuestros hermanos, la perseverante continuidad de ayuda tan preciosa.

COLECTA

Suplicárnoste, Señor, nos prevenga y siga siempre tu gracia: y haga nos apliquemos constantemente a las buenas obras. Por Nuestro Señor Jesucristo....

EPISTOLA

Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Efesios (3, 13-21).
Hermanos: Os ruego que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales son vuestra gloria. Por esto, doblo mis rodillas ante el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, del cual procede toda paternidad en los cielos y en la tierra, para que, según las riquezas de su gloria, haga que seáis corroborados con vigor por su Espíritu en el hombre interior: que Cristo habite por la fe en vuestros corazones: que estéis enraizados y cimentados en la caridad, para que podáis comprender con todos los santos cuál sea la anchura, y la largura, y la sublimidad, y la hondura: que conozcáis también la caridad de Cristo, que sobrepuja toda ciencia, para que seáis henchidos de toda la plenitud de Dios. Y al que es poderoso para hacerlo todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros, a El sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las generaciones y siglos. Amén.

Reflexión sobre la Epístola

NUESTRO CONSENTIMIENTO EN EL MISTERIO DE CRISTO. — ¿Cuál es el objeto de la oración del Apóstol, tan solemne en su actitud y en su acento? Ya que hemos sido testigos de todos los misterios de la Liturgia y que conocemos las riquezas de la bondad de Dios, ¿nos queda algo que pedirle? San Pablo nos lo dice: “Todo lo que hizo el Señor resultará estéril, si no es atendida esta oración, y es que, en efecto, el misterio de Cristo verdaderamente sólo en nosotros tiene cabal término: el nudo, el desenlace, el éxito de este gran drama divino que va de la eternidad a la eternidad, están por completo en el corazón del hombre. La Iglesia, los sacramentos, la eucaristía, todo el conjunto del esfuerzo divino no tiene otra finalidad que la santificación de cada una de nuestras almas individuales; esto es todo lo que Dios se propone. Si Dios lo consigue, el misterio de Cristo es un éxito; si fracasa, Dios trabajó inútilmente, al menos para el alma que se haya sustraído a su acción. En el corazón, pues, del hombre, se prepara la solución: se trata de saber si la intención eterna quedará burlada, si los dolores y la sangre del Calvario recogerán su fruto, si la eternidad futura será para cada uno lo que Dios quiso.”

NUESTRO CRECIMIENTO ESPIRITUAL. — Con el fln de que Dios no sea vencido y que su amor no sea traicionado, el Apóstol pide a Dios con instancias para las almas tres grados de gracia, en los que se resume todo lo que debe ser la vida cristiana para adaptarse al pensamiento y al amor de Dios, y todo cuanto debemos hacer.

En primer lugar, dice el Apóstol, fortificarnos por el Espíritu en el ser interior y nuevo que se nos dió por el bautismo, destruir hasta en sus últimos vestigios al hombre viejo, al adámico, y sobre estas ruinas hacer reinar al hombre nuevo, al cristiano, al hijo de Dios. Pide en segundo lugar a Dios, el evitar la inconstancia y la inestabilidad de nuestra naturaleza, el grabar en nuestros corazones a Cristo que habita en nosotros por la fe, y esto no se logra sin nuestra cooperación: habitar implica continuidad, adhesión constante y comunión real de vida que someta nuestra actividad al Señor, con algo de la docilidad y de la agilidad de la naturaleza humana de Cristo que tomó el Verbo. Finalmente, y es el tercer elemento de nuestro crecimiento espiritual, al quedar el egoísmo eliminado en nosotros y la caridad como señora, tendremos toda la talla y la fuerza necesaria para mirar cara a cara al misterio de Dios.

La Iglesia, que se levanta en medio de las naciones, lleva consigo la señal de su divino arquitecto: Dios se manifiesta en ella con toda la majestad; su respeto se impone por sí mismo a todos los reyes. En el Gradual y el Versículo, ensalzamos las maravillas del Señor.

GRADUAL

Temerán las gentes tu nombre, Señor, y todos los reyes de la tierra tu gloria. ℣. Porque el Señor ha edificado a Sión, y será visto en su majestad.

Aleluya, aleluya. ℣. Cantad al Señor un cántico nuevo: porque ha hecho maravillas el Señor. Aleluya.

Todo el que se ensalza, será humillado: y, el que se humilla, será ensalzado.

EVANGELIO

Continuación del Santo Evangelio según San Lucas. (14, 1-11).
En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en casa de un príncipe de los fariseos un sábado a comer pan, ellos le observaban. Y he aquí que se presentó ante El un hidrópico. Y, respondiendo Jesús, preguntó a los legisperitos y fariseos, diciendo: ¿Es lícito curar en sábado? Y ellos callaron. Entonces El, tomándole, le sanó y despidió. Y, respondiendo a ellos, dijo: ¿Qué asno o buey vuestro cae en un pozo, y no lo sacáis luego el día del sábado? Y no pudieron responderle a esto. Y propuso a los invitados una parábola, al ver cómo elegían los primeros asientos, diciéndoles: Cuando seas invitado a una boda,, no te sientes en el primer puesto, no sea que haya sido invitado otro más noble que tú, y, viniendo el que te Invitó a ti y al otro, te diga: Da el puesto a éste: y entonces tengas que ocupar con rubor el último puesto. Sino que, cuando seas invitado, vete, siéntate en el último puesto: para que, cuando venga el que te invitó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces tendrás gloria delante de los demás comensales: porque, todo el que se ensalza, será humillado: y, el que se humilla, será ensalzado.

Reflexión sobre el Evangelio

LA INVITACIÓN A LAS BODAS. — La Santa Madre Iglesia revela hoy el fin supremo que pretende en sus hijos desde el día de Pentecostés. Las bodas de que se trata en nuestro Evangelio, son las del cielo, que tienen por preludio aquí abajo la unión divina consumada en el banquete eucarístico. La llamada divina se dirige a todos; y esta invitación no se parece a las de la tierra, donde el Esposo y la Esposa convidan a sus parientes como simples testigos de una unión que es además para los invitados extraña. El Esposo aquí es Cristo, y la Iglesia la Esposa; como miembros de la Iglesia, estas bodas son por tanto también nuestras.

LA UNIÓN DIVINA. — Pero, si se quiere que la unión sea tan fecunda cuanto debe serlo para honor del Esposo, es necesario que el alma en el santuario de la conciencia guarde para El una fidelidad duradera, un amor que vaya más lejos y dure más que la recepción sagrada de los misterios. La unión divina, si es verdadera, domina nuestro vivir; esa unión hace que persevere constantemente el alma en la contemplación del Amado, que promueva activamente sus intereses y suspire de continuo y de corazón por El aunque a veces la parezca que el Amado se oculta a sus miradas y se sustrae a su amor. Y, en efecto, ¿deberá la Esposa mística hacer menos por Dios que las del mundo por un esposo terrestre? Sólo con esta condición se puede creer que el alma está en los caminos de la vía unitiva y que lleva en sí los frutos propios de ella.

CONDICIONES PARA LA UNIÓN. — Para llegar a este dominio de Cristo sobre el alma y sus movimientos que la convierta en suya de verdad, que la sujete a sí misma como la esposa al esposo es necesario no dar nunca lugar a ninguna competencia extraña. Demasiado lo sabemos: el nobilísimo Hijo del Padre”, el Verbo divino, ante cuya beldad se arroban los cielos, encuentra en este mundo pretensiones rivales que le disputan el corazón de las criaturas, por El rescatadas de la esclavitud e invitadas a participar del honor de su trono; aun en aquellas en que su amor acabó por triunfar plenamente, ¿cuántas veces estuvo a punto de perder? Mas El, sin impacientarse, sin abandonarlas por justo resentimiento, prosiguió durante muchos años invitándolas con llamamiento apremiante esperando misericordiosamente a que los toques secretos de su gracia y la acción de su Espíritu Santo saliesen triunfantes de tan increíbles resistencias.

LA HUMILDAD. — La guarda de la humildad, más que otra cosa cualquiera, debe llamar la atención de quien aspira a conseguir un puesto eminente en el banquete de Dios. La ambición de la gloria futura es lo natural en los santos; pero saben que, para adquirirla, tienen que bajar tanto en su nada durante la vida presente, cuanto más altos quieran estar en la vida futura. Mientras llega el gran día en que cada cual recibirá según sus obras, nos debemos dar prisa a humillarnos ante todos; el puesto que en el reino de los cielos nos está reservado no depende, en efecto, de nuestra apreciación ni de la de otros, sino tan sólo de la voluntad del Señor, que exalta a los humildes. Cuanto más grande seas, más te debes humillar en todas las cosas, y de ese modo hallarás gracia ante Dios, dice el Eclesiástico; pues Dios sólo es grande.

Sigamos, pues, el consejo del Evangelio, aunque sólo sea por interés; creamos que debemos ocupar el último lugar entre todos. En las relaciones sociales no es verdadera la humildad del que, apreciando a los otros, no se desprecia un poco a sí mismo, adelantándose a cada uno en las señales de honor, cediendo con gusto a todos en lo que no toca a la conciencia, y esto por el sentimiento profundo de nuestra miseria, de nuestra inferioridad ante aquel que escudriña los riñones y los corazones. La humildad hacia Dios no tiene piedra de toque más segura que esta caridad efectiva para con el prójimo, la cual nos inclina sin afectación a hacerle pasar antes que a nosotros en las varias circunstancias de la vida cotidiana.

Conforme se van extendiendo las conquistas de la Iglesia, el infierno aviva su furia contra ella para arrebatarla el alma de sus hijos.

(Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger)