Tiempo de la Cuaresma
Se da el nombre de Cuaresma al período de oración y penitencia durante el cual la Iglesia prepara las almas a celebrar el misterio de la Redención.
LA ORACIÓN. — A los fleles, aun los mejores, propone nuestra Madre la Iglesia este tiempo litúrgico como retiro anual que les brindará ocasión oportuna de reparar todos los descuidos de otras temporadas, y encender la llama de su celo. A los catecúmenos ofrece, como en los primeros siglos una enseñanza, una preparación a la iluminación bautismal. A los penitentes, los llama la atención sobre la gravedad del pecado, e inclina su corazón al arrepentimiento y a las buenas resoluciones, y les promete el perdón del Corazón de Dios.
Recomienda S. Benito a sus monjes, en el capítulo XLIX de su Regla, se entreguen este santo tiempo a la oración acompañada de lágrimas de arrepentimiento o de tierno fervor. Todos los fieles, de cualquier estado y condición, hallarán en las Misas de cada día de Cuaresma las fórmulas más admirables de oración con que se pueden dirigir a Dios. Con quince y más siglos de existencia, se adaptan a las aspiraciones, a las necesidades de todos.
LA PENITENCIA. — La penitencia se practica, mejor dicho, se practicaba con la observancia del ayuno. Las dispensas temporales otorgadas desde hace algunos años por el Sumo Pontífice no serán pretexto para silenciar práctica tan importante a que aluden constantemente las oraciones de las Misas cuaresmales y de la que todos deben, al menos, conservar el espíritu, si la dureza de los tiempos o la endeble salud no consienten se observe plenamente y con todo rigor.
La práctica del ayuno remonta a los primeros siglos del cristianismo y aún es anterior. Después de los Profetas Moisés y Elias cuyo ejemplo nos será propuesto el miércoles de la primera semana, el Señor le practicó permaneciendo sin alimento alguno durante cuarenta días y cuarenta noches, y si no quiso establecer mandato divino, que en ese caso no hubiera, sido susceptible de discusión, ha declarado por lo menos que el ayuno tan frecuentemente preceptuado por Dios en la antigua ley, sería practicado también por los hijos de la nueva.
Llegáronse un día a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: “¿Por qué, ayunando nosotros y los fariseos con frecuencia, no ayunan tus discípulos?” Jesucristo les contestó: “¿Por ventura los compañeros del Esposo pueden estar tristes- mientras el Esposo está con ellos? Mas vendrán días en que les será quitado el Esposo y entonces ayunarán” (San Mat., IX, 14-15).
Acordáronse los cristianos de esta sentencia y bien pronto pasaron en ayuno absoluto los tres días—que para ellos era uno solo—, el misterio de la Redención, es decir desde Jueves Santo hasta la mañana de Pascua.
Tenemos pruebas fehacientes ya de los siglos II y III que en muchas iglesias ayunaban Viernes y Sábado Santos, y San Ireneo en su carta al Papa San Víctor afirma que varias iglesias orientales hacían lo propio toda la Semana Santa. En el siglo IV se amplió este ayuno pascual y la preparación a la fiesta de Pascua durante un período de ascesis de cuarenta días— cuadragésima—Cuaresma.
La primera meneión que hallamos en Oriente de “la cuarentena” se encuentra en el canon 5° del Concilio de Nicea (325). El Obispo de Thmuis, Serapión, afirma en 331, que la “Cuaresma” es en su tiempo práctica universal en Oriente y Occidente. Los Padres, como, por ejemplo, San Agustín (Sermón CCX), dicen que es práctica antiquísima, y San León (Sermón VI) piensa, aunque erróneamente, que se remonta a los tiempos apostólicos. Estos mismos Padres y con ellos San Ambrosio y San Jerónimo, son los primeros que nos hablan del ayuno.
Los sermones de San Agustín atestiguan que la Cuaresma comenzaba el domingo VI antes de Pascua. Como no se ayunaba el domingo, no había más que treinta y cuatro días de ayuno, treinta y seis con Viernes y Sábado Santos; con todo no dejaba de ser la Cuaresma una “cuarentena” de preparación a la Pascua. El ayuno, en efecto, no era, y no lo es hoy tampoco, el único medio de prepararse a celebrar la Pascua. Insiste San Agustín en que al ayuno acompañen el fervor de la oración, la humildad, la renuncia absoluta a los malos deseos, muchas limosnas, perdón de las injurias y la práctica de todas las obras de piedad y caridad.
La misma extensión del período cuaresmal vemos en España en el siglo VII y en las Galias y Milán. La magna solemnidad del mundo es para San Ambrosio el Viernes Santo, y la fiesta de Pascua encierra el triduo de la muerte, sepultura y Resurrección de Cristo (Carta XXIII). Si el ayuno se interrumpía los domingos, guardaban, sin embargo, merced a la liturgia, su tonalidad penitencial.
Para San León es también un período de cuarenta días que finaliza el Jueves Santo por la tarde; y si, acorde con San Agustín, insiste en ponderar las ventajas del ayuno corporal, recomienda con más insistencia los demás ejercicios de mortificación y penitencia, el arrepentimiento, sobre todo, del pecado, y la práctica más fervorosa de las buenas obras y virtudes.
NECESIDAD DE LA PENITENCIA. — No obstante eso, ya que en nuestros tiempos la mortificación corporal va cayendo en desuso, no juzguemos inútil demostrar a los cristianos la importancia y utilidad del ayuno; las sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento abogan en favor de esta santa práctica. Podemos también afirmar que la tradición de todos los pueblos la corrobora, porque la idea de que el hombre puede apaciguar la divinidad sometiendo su cuerpo a la expiación, se adueñó del mundo, pues se halla en todas las religiones, aun las más alejadas de la pureza de las tradiciones patriarcales.
Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger