Viernes Santo - Ceremonia de la mañana

EN RECUERDO DE LA PASIÓN Y DE LA MUERTE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Agonia de Jesús, arte O.D.M.

JESÚS MÍO

  1. Jesús mío, con recias cuerdas
    Como_a reo, ¿Quién Te ató?
    ¡Ay, yo fui, yo fui_el ingrato!
    ¡Oh Dios mío, perdón, piedad!

  2. Jesús mío, Tu bello rostro,
    ¿Quién, cruel Te_abofeteó?
    ¡Ay, yo fui, yo fui_el ingrato!
    ¡Oh Dios mío, perdón, piedad!

  3. Jesús mío, ¿Quién con esputos
    Y vil lodo Te afeó?
    ¡Ay, yo fui, yo fui_el ingrato!
    ¡Oh Dios mío, perdón, piedad!

  4. Jesús mío, Tu hermoso cuerpo,
    Sin piedad, ¿Quién azotó?
    ¡Ay, yo fui, yo fui_el ingrato!
    ¡Oh Dios mío, perdón, piedad!

  5. Jesús mío, Tu noble frente,
    ¿Quién de espinas coronó?
    ¡Ay, yo fui, yo fui_el ingrato!
    ¡Oh Dios mío, perdón, piedad!

  6. Jesús mío, sobre Tus hombros,
    ¿Quién la dura Cruz cargó?
    ¡Ay, yo fui, yo fui_el ingrato!
    ¡Oh Dios mío, perdón, piedad!

  7. Jesús mío, Tu dulce boca,
    ¿Quién de amarga hiel llenó?
    ¡Ay, yo fui, yo fui_el ingrato!
    ¡Oh Dios mío, perdón, piedad!

  8. Jesús mío, Tus santas manos,
    ¿Quién con clavos traspasó?
    ¡Ay, yo fui, yo fui_el ingrato!
    ¡Oh Dios mío, perdón, piedad!

  9. Jesús mío, Tus pies cansados,
    En la Cruz, ¿quién enclavó?
    ¡Ay, yo fui, yo fui_el ingrato!
    ¡Oh Dios mío, perdón, piedad!

  10. Jesús mío, ¿quién con la lanza
    Tu costado traspasó?
    ¡Ay, yo fui, yo fui_el ingrato!
    ¡Oh Dios mío, perdón, piedad!

  11. ¡Oh María, a Tu_hermoso Hijo,
    ¿Quién fue_el cruel que muerte dio?
    ¡Ay, yo fui, yo fui _el ingrato!
    ¡Oh Dios mío, perdón, piedad!

Lectura del Santo Evangelio

LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

I. —DEL CENÁCULO A GETSEMANÍ

(San Mateo, 26, 30-35; San Marcos, 14, 26-31; San Lucas, 22, 39; San Juan, 18, 1.)
Dicho esto, y rezado el himno de acción de gracias, se dirigió Jesús, según acostumbraba, al otro lado del Cedrón, hacia el monte de los Olivos.
Y dijo a Sus discípulos, que Le seguían:
«Esta noche os escandalizaréis todos, según está escrito: «Heriré al pastor y las ovejas se dispersarán.» Pero después de haber resucitando, os precederé en Galilea.»
Pedro le dijo:
¡Aun cuando todos se escandalizaren, no yo! Esta noche misma, le repitió Jesús, antes que el gallo cante dos veces Me habrás negado tres: Yo te lo anuncio en verdad.»
Y Pedro protestó con redoblada energía diciendo:
«Aunque sea necesario morir Contigo, no Te negaré jamás. »
Todos los otros decían lo mismo.

Agonia de Jesús, arte O.D.M.

II. — GETSEMANÍ

(San Mateo, 26, 36-46; San Marcos, 14, 32-42; San Lucas, 22, 40-46; San Juan, 18, 1.)
Al pie del monte de los olivos había una granja con un jardín, llamado Getsemaní. Allí entró Jesús con Sus discípulos; y como fuese con frecuencia al mismo lugar a orar con ellos, el lugar era conocido de Judas el traidor.
Jesús dijo entonces a Sus discípulos:
«Sentaos aquí, mientras voy a orar. Orad también vosotros para que no caigáis en tentación.»
Y llevándose Consigo a Pedro, Santiago y Juan, comenzó a llenarse, de tristeza y de angustia.
«Triste está Mi alma hasta la muerte dijo; permaneced aquí y velad Conmigo.»
Adelantándose luego como un tiro de piedra, y postrado en tierra sobre Su rostro, oraba diciendo:
«Padre Mío, si es posible, y todo Te es posible, aleja de Mí este cáliz; pero que no se haga Mi voluntad
sino la Tuya.»
Interrumpió unos momentos Su oración para ir a ver a Sus discípulos y los halló durmiendo, rendidos por la tristeza.
«¡Simón y tú duermes! dijo a Pedro. ¡No has podido velar una hora Conmigo!
Y luego también a los otros:
«¿De modo que no habéis podido velar una hora Conmigo? Levantaos, velad y orad para que no caigáis en la tentación, porque si el espíritu está pronto, la carne es flaca.»
Y Se alejó nuevamente y repitió la misma oración:
«¡Padre Mío, si no es posible que pase este cáliz sin que Yo lo beba, que se haga Tu voluntad!»
Volvió a ver a Sus discípulos y otra vez los encontró durmiendo: tenían sus ojos cargados por el sueño y no sabían que responderle.
Los dejó y se fue, repitiendo la misma oración:
Entonces entró en agonía y Su oración se hacía más y más apre­miante. Le vino un sudor como de gotas de sangre que fluían hasta el suelo. En esto, un Ángel bajado del cielo se Le apareció y Le fortaleció.
Volvió por tercera vez a ver a Sus discípulos y les dijo:
«¡Ahora dormid ya y descansad!...
¡Basta!... ¡Ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores! ¡Levantaos, vamos, ya llega aquel que Me ha de entregar!...

III. — EL TRAIDOR

(San Mateo, 26, 47-50: San Marcos, 14, 43-45; San Lucas 22, 47-48; San Juan, 18, 3)
Aún estaba hablando cuando, lle­gó Judas Iscariote, uno de los Doce, seguido de una cohorte. Los pontífices, los escribas, los fariseos y los ancianos del pueblo habían enviado también a sus criados con linternas, antorchas y armas, y una gran multitud de gentes armadas con espadas y palos.
El traidor les había dado esta señal:
«Aquél a quien yo bese, ése es, aseguradle y tomad vuestras medidas para llevároslo.»
Se adelantó, pues, Judas al frente de la cohorte, y acercándose a Jesús, Le besó diciendo:
«¡Salve, Maestro!»
«Amigo, ¿a qué has venido? lle dijo Jesús. ¡Judas! ¡Con un beso entregas al Hijo del Hombre!...»

IV. — EL PRENDIMIENTO

(San Mateo, 26, 50-56: San Marcos, 14, 46-52; San Lucas, 22, 49-53; San Juan, 18, 4-12)
Sabiendo Jesús todo lo que iba a sucederle, se presentó delante los satélites y les dijo:
«¿A quién buscáis?»
— A Jesús Nazareno, Le respondieron.
«Yo soy,» les dijo. Judas, el traidor estaba con ellos.
Así que les dijo: «Yo soy,» retrocedieron cayendo de espaldas en tierra.
Por segunda vez les preguntó Jesús:
«¿A quién buscáis?
— A Jesús Nazareno,» respondieron.
«Ya os he dicho que soy Yo, respondió Jesús; si, pues, Me buscáis a Mí, dejad ir a éstos.»
Así se cumplía aquella palabra de Jesús: «Ninguno he perdido de los que Me diste.»
Levantándose, pues, los de la cohorte se echaron sobre Jesús y se apoderaron de El.
Viendo los que acompañaban a Jesús lo que iba a suceder, Le preguntaron:
«¡Señor!, ¿herimos con la espada? Y Simón Pedro, que tenía una, sin esperar la respuesta la desenvainó y de un golpe cortó la oreja derecha a un criado del sumo pontífice, llamado Malco.
«Dejadle, no paséis adelante,» dijo Jesús.
Y tocando la oreja del herido, le curó.
Dirigiéndose a Pedro dijo:
«Envaina tu espada, porque todos los que a espada hieran, a espada morirán... ¿Acaso no debo Yo beber el cáliz que Mi Padre Me ha dado”… O ¿crees tú que Yo no puedo rogar a Mi Padre, Quien pondría a Mi disposición más de doce legiones de Ángeles?... Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, de que conviene que así sea?...»
Volviéndose luego a la tropa, en medio de la cual se encontraban príncipes de los sacerdotes, guardias del Templo y notables, les dijo:
«Habéis venido con espadas y palos para prenderme como a un ladrón; y estando Yo cada día en el Templo con vosotros, nunca Me prendisteis; pero ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas.
«lodo esto sucede para que se cumplan las Escrituras de los Profetas.
«Entonces la cohorte de soldados, el tribuno y los ministros de los judíos se echaron sobre Jesús y Le ataron.
«Al instante Sus discípulos huyeron todos, abandonándole. Cierto mancebo Le seguía, envuelto en una sábana del todo desvestido, y le cogieron; pero él dejándoles la sábana se escapó desnudo.

V. — JESÚS DELANTE DE ANÁS

(San Mateo, 26, 57-58; San Marcos, 14, 53-54; San Lucas, 22, 54; San Juan, 18, 13-16, 19-24)
Luego condujeron a Jesús a casa del Pontífice Anás. Era suegro de Caifás y sumo pontífice de aquel año. Iban siguiendo a Jesús Simón Pedro y otro discípulo conocido del pontífice, y, entró en el atrio con Jesús. Pedro se quedó en la puerta. El discípulo conocido del pontífice salió, habló a la portera, y ésta franqueó a Pedro la entrada.
El pontífice interrogó a Jesús sobre Sus discípulos y Su doctrina.
«Yo he predicado públicamente a todos respondió Jesús; he enseñado en la sinagoga y en el Templo, y nada he dicho en secreto. ¿Por qué, pues, Me preguntas a Mí? Pregunta a los que Me han oído, ellos te dirán lo que les he enseñado.»
A estas palabras, uno de los ministros del pontífice, que estaban de servicio, dio a Jesús una bofetada diciéndole:
«¿AsÍ respondes al pontífice?
— Si he hablado mal, le replicó Jesús, dime en qué; y si he hablado bien, ¿por qué me hieres?»
Anás ordenó que Jesús fuese conducido maniatado a casa del sumo pontífice Caifás. Este era aquel mismo que dio este consejo a los judíos: «Conviene que muera un hombre por todo el pueblo.»

VI. — JESÚS EN PRESENCIA DE CAIFÁS

(San Mateo, 26, 59-66; San Marcos, 14, 53, 55-64.)
Todos los sacerdotes e scribas y ancianos del pueblo se habían reunido en casa de Caifás.
Entre tanto, los pontífices y todo aquel Sanedrín buscaban contra Jesús algún falso testimonio, para condenarle a muerte, y no lo hallaban; aunque muchos atestiguaban falsamente contra El, pero sus testimonios no eran acordes.
Los dos últimos que se presentaron dijeron:
«Nosotros Le oímos decir: Yo destruiré este Templo, hecho por mano de hombres, y en tres días levantaré otro que no será hecho por manos humanas.»
Pero tampoco en este testimonio estaban acordes.
Entonces el sumo sacerdote, levantándose en medio de la asamblea, interrogó por si mismo a Jesús:
«¿Nada respondes a lo que estos testifican contra Ti?»
Jesús no respondía nada.
El sumo pontífice Le preguntó nuevamente:
«¿Te conjuro por el Dios bendito que me digas si Eres Tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?
— Tú llo has dicho, Yo lo soy, respondió Jesús; y Yo os digo en verdad que un día veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Poder, y venir sobre las nubes del cielo.»
Al oír esto, exclamó el sumo sacerdote rasgando sus vestiduras:
«¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos de más testigos?… Acabáis de oído la blasfemia: ¿qué os parece?»
Ellos respondieron:
«¡Es reo de muerte!»

VII. — LA NEGACIÓN DE PEDRO

(San Mateo, 26, 58, 69-75, San Marcos, 14. 54, 66-72; San Lucas, 22, 55-62; San Juan, 18, 17-18, 25-27.)
Los satélites y los servidores habían encendido lumbre en medio del atrio para calentarse, porque hacía frío, y se pusieron alrededor, de pie unos y otros sentados. Pedro estaba entre ellos, calentándose y esperando el resultado.
Se acercó una criada del pontífice, y al ver a Pedro sentado a la lumbre, fijando los ojos en él dijo:
«He aquí uno que iba con el Nazareno.»
Y mirándole más fijamente: añadió:
«Si, tú estabas con Jesús de Galilea.»
Pedro lo negó delante de todos, diciendo:
«Mujer, no lo conozco, nada sé, no comprendo lo que quieres decir. »
Dicho esto, se salió hacia el vestíbulo, y apenas llegado allí, otra criada fijó en él la mirada y dijo a los presentes:
«Este andaba también con Jesús de Nazaret.»
Un momento después se encuentra con otro criado que le dice:
«¿No eres tú también de ellos?»
En ese momento cantó el gallo.
Pedro volvió a la lumbre y se calentaba de pie. Los criados le preguntan:
«¿Pues no eres tú uno de sus discípulos?»
Por segunda vez Pedro lo niega con juramento:
«¡No!, os digo que no, yo para nada conozco Ese hombre.»
Como una hora después, le dijeron de nuevo:
«Seguramente tú eres de ellos, puesto que eres Galileo: tu hablar lo manifiesta.»
Uno de los criados del pontífice, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le acusó a su vez, diciendo: «¿Ácaso no te vi en el huerto con Él?»
Pedro negó aún más y empezó a echar maldiciones y juramentos: «¡No!, repetía, no conozco a Ese hombre, no sé qué quieres decir.»
«Y el gallo cantó por segunda vez.»
Jesús, que en este mismo momento pasaba por allí, volviéndose hacia Pedro le dio una mirada.
Entonces Pedro se acordó de lo que el Señor le había dicho: «Antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces.»
Y saliendo afuera lloró amargamente.

Jesús en el calabozo, cuadro  O.D.M.

VIII. — LOS ULTRAJES DE LOS GUARDIAS Y SATÉLITES

(San Mateo, 26, 67-68; San Marcos, 14, 65; San Lucas, 22, 63-65)
Y Jesús fue conducido al calabozo de los reos.
Allí los encargados de guardarlo jugaban mofándose de El y golpeándole; Le escupían al rostro, y vendándole los ojos, Le abofeteaban diciéndole:
Cristo, adivina quién Te ha pegado.
Le infirieron toda suerte de ultrajes, vomitando blasfemias contra El.

¡Oh fieros azotes que_a mi buen Señor, cuadro O.D.M.

CON FIEROS AZOTES

1
¡Oh fieros azotes que_a mi buen Señor
Rasgasteis las carnes con tanto dolor,
No hagáis sufrir tanto
A mi dulce_encanto,
Ni deis más tormentos a mi Redentor;
¡Heridme a mí solo que soy pecador!
¡Heridme a mí solo que soy pecador!
2.
¡Oh_espinas crueles que_a mi buen Señor
Las sienes punzasteis con tanto dolor,
No hagáis sufrir tanto
A mi dulce_encanto,
Ni deis más tormentos a mi Redentor;
¡Heridme a mí solo que soy pecador!
¡Heridme a mí solo que soy pecador!
3.
¡Oh clavos sangrientos que_a mi buen Señor
Hendisteis las manos con tan gran dolor,
No hagáis sufrir tanto
A mi dulce_encanto,
Ni deis más tormentos a mi Redentor;
¡Heridme a mí solo que soy pecador!
¡Heridme a mí solo que soy pecador!
4.
¡Oh lanza_atrevida que_a mi buen Señor
Rasgaste_el costado con tanto furor,
No hagáis sufrir tanto,
A mi dulce_encanto;
Ni deis más tormentos a mi Redentor;
¡Heridme a mí solo que soy pecador!
¡Heridme a mí solo que soy pecador!

Lectura del Santo Evangelio (Continuación)

VIERNES SANTO

IX. — JESÚS ANTE EL SANEDRÍN

(San Mateo, 27, 1; San Marcos, 15, 1; San Lucas, 22, 66-71)
Llegada la mañana, se reunió el consejo de los ancianos del pueblo, y los príncipes de los sacerdotes, y los escribas, haciéndole comparecer en su tribunal para condenarle a muerte, Le dijeron:
«¡Si Tú eres el Cristo, dínoslo!
Si os lo dijese, replicó Jesús, no me creeréis; y si os preguntare, no Me responderéis, ni Me dejaréis libre. Sin embargo, en adelante el Hijo del Hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios.»
Y todos a una voz preguntaron.
«Luego ¿Tú eres el Hijo de Dios?
— Vosotros lo decís: ¡Yo lo soy!,» respondió Jesús.»
Y exclamaron:
Para que buscar ya más testigos nosotros mismos lo hemos oído de Su propia boca.

X. — REMORDIMIENTO Y SUICIDIO DEL TRAIDOR

(San Mateo, 27, 3-10)
Viendo entonces Judas el que le había entregado cómo Jesús era condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los príncipes de los sacerdotes y ancianos, diciendo:
«¡He pecado, entregando sangre inocente. Y ellos dijeron:
— ¿A nosotros qué? Tú verás.»
Y arrogando las monedas de plata en el Templo, fue, y, se ahorcó.
Los príncipes de los sacerdotes tomaron las monedas, y dijeron:
«No es lícito echarlas al Tesoro, pues son precio de sangre.»
Y después, liberar en consejo, compraron con ellas el campo de un alfarero para sepultura de los peregrinos. Por eso aquel campo se llamó Hacéldama, esto es, campo de sangre, hasta el día de hoy.
Entonces se cumplió lo dicho por el Profeta Jeremías Y tomaron treinta piezas de plata, el precio en que fue tasado Aquél a Quien pusieron precio los hijos de Israel, y las dieron por el campo del Alfarero, como el Señor me lo había ordenado.

XI. — JESÚS ANTE PILATOS

(San Mateo, 27, 2, 11-14; San Marcos, 15, 1-5; San Lucas, 23, 1-4; San Juan: 18, 28-38)
Luego que Jesús Se declaró Hijo de Dios, todos los miembros del consejo se levantaron, y habiéndole hecho agarrotar, lo condujeron al gobernador Poncio Pilatos para entregárselo.
Era de mañana; no entraron, pues, en el pretorio, temiendo contraer una impureza legal y no poder comer la Pascua.
Por eso salió Pilatos al umbral de su pretorio, y allí les preguntó:
«¿Qué acusación traéis contra este hombre?»
Y ellos respondieron:
«Si no fuera un malhechor, no lo pondríamos en tus manos.
— Pues tomadio vosotros y juzgadle según vuestra ley, replicó Pilatos:
— A nosotros no está ya permitido dar muerte a nadie,» respondieron ellos.
Con lo cual vino a cumplirse lo que Jesús había dicho, indicando de qué muerte había de morir.
Comenzaron los judíos a formular sus acusaciones.
«A este hombre lo hemos hallado revolucionando nuestra nación, prohibiendo pagar el tributo al César y diciendo que Él es el Cristo Rey.»
Al oír esto, Pilatos entró de nuevo en el pretorio, llamó a Jesús, Quien se mantuvo de pie en presencia de él, y Le preguntó:
«¿Eres Tú el Rey de los judíos?
— ¿Dices tú eso por ti mismo, o te lo han dicho otros de Mí? Le respondió Jesús.
— ¿Acaso soy yo judío?, replicó Pilatos, Tu nación y los pontífices Te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
— Mi reino, respondió Jesús, no es de este mundo. Si Mi reino fuera de este mundo, Mis gentes no dejaran de defenderme para que no cayese en poder de los judíos. No, ahora Mi Reino no es de aquí abajo.
— Luego ¿Tú eres Rey? Observó Pilatos. Y repuso Jesús:
— Tú lo has dicho; soy Rey. Yo nací y vine al mundo para dar testimonio de la verdad. Y todo el que es de la verdad, oye Mi voz.
— ¿Qué es la verdad? le preguntó Pilatos.
Y sin esperar la respuesta, salió por segunda vez a los judíos y les dijo:
«Yo no hallo delito alguno en este hombre.»
Entonces los príncipes de los sacerdotes y los notables redoblaron sus acusaciones. Jesús guardaba silencio.
«¿No oyes, le preguntó Pilatos, cuántas acusaciones acumulan contra Ti? Nada tienes que responder?»
Pero Jesús no le contestó ni una palabra, de modo que Pilatos quedó asombrado.

XII. — JESÚS ANTE HERODES

(San Lucas, 23, 5-12)
Los judíos insistían más y más gritando:
«Subleva al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí.»
Oyendo Pilatos que hablaban de Galilea, preguntó si Aquél hombre era galileo; y enterado que era de la jurisdicción de Herodes, le envió a él que se hallaba en Jerusalén por aquellos días.
Viendo Herodes a Jesús, se alegró mucho pues desde hacía bastante tiempo deseaba verle, porque había oído hablar de El, y esperaba ver de El algún prodigio.

  • Lehizo, bastantes preguntas, Pero El no contestó nada.
    Estaban presentes, los príncipes de los sacerdotes y los Escribas que insistentemente le acusaban.
    Pero Herodes, con todos los de su séquito, Le despreció; y para burlarse de El, Le cubrió de ridículo haciéndole vestir una túnica blanca, y así Lo remitió a Pilatos.
    Gracias a esto se hicieron amigos aquel día Herodes y Pilatos, pues antes eran enemigos.

XIII. — BARRABAS

(San Mateo, 27, 15-23, 26; San Marcos, 15, 6-15; San Lucas, 23, 13-25; San Juan, 18, 39-40)
Convocados por Pilatos los príncipes de los sacerdotes y los magistrados, juntamente con el pueblo, les dijo:
«Vosotros me habéis traído a este hombre como alborotador del pueblo; mas, habiéndole yo interrogado delante de vosotros, no he hallado ningún delito en él. Tampoco Herodes, puesto que os envié a él, y ni él Le ha juzgado digno de muerte. Por lo tanto, Le daré un castigo y después Le pondré en libertad.»
Era costumbre que el gobernador concediese, por la fiesta de la Pascua, la libertad de un reo a elección del pueblo; había entonces un prisionero muy famoso, llamado Barrabás. Preso con otros sediciosos, por haber asesinado a un hombre en un motín.
Pues como el pueblo acudiese entonces a pedirle el indulto que siempre les otorgaba, dijo él a la muchedumbre:
«Ya que acostumbro dar libertad a un reo por la Pascua, ¿queréis que ponga en libertad al Rey de los judíos? ¿A quien queréis que os suelte: a Barrabás o Jesús llamado el Cristo?»
Pilatos, sabía en efecto, que los príncipes de los sacerdotes se Lo habían entregado por envidia.
Y estando él sentado en su tribunal, le envió a decir su mujer: «No te metas con Ese Justo, porque son muchas las congojas que hoy he padecido en sueños por Su causa.»
Entre tanto, los príncipes de los sacerdotes y los notables habían inducido al pueblo a pedir la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.
Y, cuando el Gobernador volvió a preguntarles:
«¿A quien queréis que os suelte?»
Todos respondieron:
«A Barrabás. No a Ese, sino a Barrabás.
— ¿Y qué haré, insistió Pilatos, con Jesús, del Rey de los judíos, llamado el Cristo?»
¡Crucifícale! respondieron gritando.
Pero, ¿qué mal ha hecho? Preguntó Pilatos.
Y todos redoblaron sus gritos diciendo:
«¡Crucifícale!
Pilatos quería libertar a Jesús: habló, pues, de nuevo; pero el clamor aumentaba aun más con violencia:
¡Crucifícale, crucifícale!
Por tercera vez les dijo:
«¿Qué mal ha hecho? Yo no hallo en El delito que merezca la muerte: Le castigaré y Le dejaré libre.»
Pero ellos, encarnizándose, seguían pidiendo a grandes voces que fuese crucificado, y su vociferación crecía cada vez más amenazadora.
Entonces Pilatos, queriendo dar satisfacción al pueblo, dio libertad a Barrabás, el preso rebelde y asesino que ellos reclamaban, y les entregó a Jesús.

CORONACIÓN DE ESPINAS

XIV. — FLAGELACIÓN Y CORONACIÓN DE ESPINAS

(San Mateo, 27, 26-30; San Marcos, 15, 15-19; San Lucas, 23, 24-25; San Juan, 19, 1-3)
Y a Jesús, después de haberle hecho azotar, Le entregó en manos de ellos. Luego los soldados del gobernador, tomando a Jesús y poniéndole en el pórtico del pretorio, reuniendo alrededor de El toda la cohorte; y desnudándole, Le cubrieron con un manto de escarlata. Después tejieron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y en la mano derecha una caña, y doblando ante Él la rodilla Le escarnecían diciendo:
«Salve, Rey de los judíos.»
Y Le abofeteaban y escupían al rostro, y tomándole la caña, Le herían con ella en la cabeza.

XV. — ECCE HOMO

(San Marcos, 15, 16-19; San Juan, 19, 4-11)
Cuando los soldados romanos terminaron de divertirse con Jesús: Lo recondujeron al pretorio.
Pilatos salió de nuevo y dijo al pueblo:
«He aquí que os Lo presento para que sepáis que no hallo en El delito alguno.»
Apareció Jesús, llevando la corona de espinas y cubierto con el manto color de escarlata.
«He aquí al hombre,» les dijo Pilatos.
Tan pronto como los pontífices y sus satélites, gritaron diciendo:
«¡Crucifícale! ¡Crucifícale!
— Pilatos les contesta: Tomadle allá vosotros y crucificadle, pues yo no hallo en El delito alguno.
— Nosotros tenemos una Ley, replicaron los judíos, y según nuestra Ley debe morir, puesto que se hace a Si mismo Hijo de Dios.»
Al oír estas palabras Pilatos, temió más, por lo que volvió a entrar al pretorio y preguntó a Jesús:
«¿Tú de dónde vienes?» Jesús nada le respondió.
«¿A mí, no me respondes, repuso Pilatos? ¿No sabes que tengo poder para soltarte, y poder para crucificarte?
— No tendrías, poder alguno sobre Mí, le respondió Jesús, si no te hubiera sido dado de arriba. Y esto es lo que agrava el pecado de quien a Me ha entregado a ti.»

XVI. — LA CONDENACIÓN

(San Mateo, 27, 24, 25, 31; San Marcos, 15, 20; San Juan, 19, 12-16)
Con mayor empeño buscaba Pilatos como libertar a Jesús.
Pero los judíos redoblaban sus clamores:
«Si sueltas a Ese, gritaban, no eres amigo del César, quienquiera que se hace rey se levanta contra Cesar.»
Al oído esto, Pilatos sacó fuera a Jesús y se sentó en su tribunal, en el lugar llamado Litóstrotos (estrado de piedra) en griego, y en hebreo Gabbatha (la terraza). Era cerca de la hora sexta (mediodía) de la víspera de la Pascua.
Y dijo Pilatos a los judíos:
«¡He aquí a vuestro Rey!
¡Que muera! gritaron; ¡que muera! ¡Crucifícale!
— ¡Cómo! repuso Pilatos, ¿he de crucificar a vuestro Rey?»
Contestaron los pontífices de los Sacerdotes:
«Nosotros no tenemos más rey que el César.»
Viendo Pilatos que nada adelantaba, antes bien cada vez crecía más el tumulto, mandó traer agua y se lavó las manos a vista de todo el pueblo, diciendo:
«Yo soy inocente de la sangre de este Justo: vosotros veáis.»
Y vociferó todo el pueblo:
«¡Caiga Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
Entonces Pilatos se Lo entregó para que Le crucificasen.
Luego los soldados, después de mofarse otra vez de Él, Le quitaron el manto; y habiéndole puesto Su propio vestido, Le sacaron fuera de la ciudad para crucificarle.

Jesús, llevando Él mismo Su cruz, cuadro O.D.M.

XVII. — EL CAMINO DEL CALVARIO

(San Mateo, 27, 32-34; San Marcos, 15, 21-23; San Lucas, 23, 26-33; San Juan, 19, 17)
Jesús, llevando Él mismo Su cruz a cuestas, caminaba hacia el lugar llamado Calvario, y en hebreo Gólgota, seguido de dos malhechores condenados a la misma pena que Él.
Al salir de la ciudad, encontraron los soldados a un cierto Simón, de Cirene, que venía del campo. Y le cargaron con la cruz para que la llevase en pos de Jesús.
Le seguía gran muchedumbre, y algunas mujeres lloraban y se lamentaban por El.
Vuelto a ellas, Jesús les dijo:
«Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí; llorad mas bien por vosotras mismas y por vuestros hijos, porque días vendrán en que se dirá: «Dichosas las estériles, y los vientre que no engendraron, y los pechos que no amamantaron.» Entonces dirán a los montes: «¡Caed sobre nosotros!» y a los collados: «¡Sepultadnos!»
Porque si esto hacen con el árbol verde, ¿qué harán con el seco?»
Llegados al Calvario, presentaron a Jesús un vaso de vino mezclado con hiel y mirra. Jesús lo probó, pero no quiso beberlo.

Jesús flagelado

PERDONA A TU PUEBLO

Estribillo:
Perdona_a Tu pueblo, Señor;
Perdona_a Tu pueblo,
Perdónale, Señor.

  1. No_estés eternamente_enojado,
    Noestés etennamente enojado,
    Perdónale, Señor.

  2. Por Tus profundas llagas crueles,
    Por Tus salivas y por Sus hieles,
    Perdónale, Señor.

  3. Por las heridas de pies y manos,
    Por los azotes tan inhumanos,
    Perdónale, Señor.

  4. Por los tres clavos que Te clavaron,
    Y las espinas que Te punzaron,
    Perdónales, Señor.

  5. Por las tres horas de Tu_agonía,
    En que por Madre diste_a María,
    — Perdónale, Señor.

  6. Por la_abertura de Tu costado.
    Noestés eternamente enojado.
    Perdónale, Señor.

  7. Por Tu amor grande hacia los hombres
    Y por Tu Madre_el Ser que más quieres,
    Perdónale, Señor.

Lectura del Santo Evangelio (Continuación)

Jesús crucificado, cuadro O.D.M.

XVIII. — JESÚS EN LA CRUZ

(San Mateo. 27, 35-50; San Marcos, 15, 25-37; San Lucas, 23, 33-46; San Juan, 19, 18-30)
Entonces le crucificaron… hacia la hora de sexta.
Crucificaron al mismo tiempo a los dos malhechores, poniendo uno a Su derecha, otro a Su izquierda; y así, estando Jesús en medio.
Así se cumplió la Escritura que dice: «Y fue puesto entre los malhechores.»
Pilatos había mandado escribir un rótulo indicando la causa del suplicio de Jesús, y lo hizo colocar en lo alto de la cruz, en el cual se leía:
JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS
Muchos judíos leyeron este rótulo, porque el lugar en que Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad y el rótulo estaba escrito en hebreo, en griego y en latín. Por esto, los pontífices de los judíos habían reclamado a Pilatos, diciéndole:
«No escribas, «Rey de los judíos,» sino que este hombre pretende ser «Rey de los judíos.»
— Lo escrito, escrito está, les replicó Pilatos.
Entre tanto, Jesús decía:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»
Los soldados, una vez que Le crucificaron, se apoderaron de Sus vestidos e hicieron cuatro partes, una para cada uno; mas, como la túnica no tuviese costura alguna y fuese de arriba abajo de un solo tejido, dijeron entre sí:
«No la dividamos; echemos suerte sobre ella para ver a quién le toca.»
De este modo se cumplió la Escritura que dice: «Dividiéronse Mis vestidos y sobre Mi túnica echaron suertes.»
Esto fue lo que hicieron los soldados. Y sentándose después junto a El, hacían guardia.

Jesús crucificado, cuadro O.D.M.

El pueblo lo presenciaba todo, mirando a Jesús y burlándose. Los que iban y venían blasfemaban también de El, y meneando la cabeza Le decían:
«¡Ea! Tú que destruyes el Templo de Dios y en tres días lo reedificas, sálvate a Ti mismo. Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.»
De la misma manera los príncipes de los sacerdotes, con los escribas y los notables, insultándole decían:
«Ha salvado a otros y no puede salvarse a si mismo. i¡Si es el Rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en El! Ha puesto Su confianza en Dios: pues si Dios Le ama, que Le libre ahora, ya que El mismo decía: Yo soy el Hijo de Dios.»
Hasta los soldados le insultaban acercándose a El, ofreciéndole vinagre y diciéndole:
«Si Tú eres el Rey de los judíos, sálvate a Ti mismo.»
Hasta uno de los ladrones que con El estaban crucificados blasfemaba diciendo:
«Si Tú eres el Cristo, sálvate a Ti mismo y sálvanos a nosotros.»
Mas el otro le reprendió con estas palabras:
«¿Ni siquiera tú temes a Dios,padeciendo el mismo suplicio? Nosotros, en verdad, justamente lo padecemos; pero Este ningún mal ha hecho.»
Y añadió dirigiéndose a Jesús:
«Señor, acuérdate de mí cuando llegues a Tu Reino.»
Jesús le respondió:
«En verdad te digo, hoy estarás Conmigo en el Paraíso.»
Junto a la cruz de Jesús estaban de pie Su Madre, y la hermana de Su Madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Mirando, Jesús a Su Madre, y de pie junto a Ella al discípulo que Él amaba, dijo a Su Madre:
«Mujer, he ahí a Tu hijo.»
Y a continuación dijo al discípulo:
«He ahí a tu Madre.»
Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.
Era casi la hora de sexta cuando Jesús fue crucificado. Desde la hora de sexta hasta la hora de nona (tres de la tarde) las tinieblas cubrieron toda la tierra y el sol se oscureció.
A la hora de nona, exclamó Jesús con fuerte Voz:
«¡Eli, Eli, Lamma sabacthani!»
Que quiere decir:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué Me has desamparado?»
Oyendo esto algunos de los circunstantes, dijeron:
«¡Está, llamando a Elías!»
Jesús crucificado, cuadro O.D.M.

Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura dijo:
«Tengo sed.»
Había allí un vaso de vinagre. Uno de los soldados, empapando en vinagre una esponja, y atándola a una caña de hisopo, la aplicó a la boca de Jesús, mientras los otros decían:
«Déjale, vamos a ver si Elías viene a librarle.»
— Dejadme replicó; el que Le ofrecía el vinagre, es para ver si Elías viene a librarle.
Así que Jesús absorbió el vinagre, dijo:
«¡Todo está consumado!»
Y prorrumpiendo luego en voz fuerte, exclamó:
«¡Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu!»
Y diciendo esto, inclinó la cabeza y expiró....
(Aquí se hace una pausa de unos instantes.)

XIX. — LOS PRODIGIOS QUE SIGUIERON A LA MUERTE DE JESÚS, LAS SANTAS MUJERES

(San Mateo 27, 51-56; San Marcos, 15, 38-41; San Lucas, 23, 45-49)
Y en el mismo instante el velo del Templo se rasgó en dos partes de alto abajo; tembló la tierra, se hundieron las rocas, se abrieron los sepulcros, y los cuerpos de muchos santos que habían muerto resucitaron, y saliendo de sus sepulcros, fueron a la ciudad santa y se aparecieron a muchos.
El Centurión, que estaba delante de la cruz, al oír el poderoso grito que dio Jesús en el momento de expirar, y viendo todo lo que acontecía, dio gloria a Dios exclamando:
«¡Este Hombre era verdaderamente Hijo de Dios!»
Y los que con el Centurión guardaban a Jesús, llenos de temor viendo el terremoto y demás prodigios, dijeron igualmente:
«¡En verdad este hombre era un Justo! ¡Sí, era el Hijo de Dios!»
Y toda la muchedumbre había acudido para ver morir a Jesús, viendo atemorizados lo que sucedía, se volvía a Jerusalén dándose golpes de pecho.
Estaban también allí todos los conocidos de Jesús, observando de lejos estas cosas, y asimismo las mujeres que Le habían seguido desde Galilea para cuidar de Su asistencia. Entre ellas estaban María Magdalena, y María madre de Santiago y de José, y Salomé madre de los hijos de Zebedeo. Había también otras muchas que habían subido con Él a Jerusalén.

XX. — LA LANZADA

(San Juan, 19, 31-37)
Era aquel día víspera del sábado. Para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado, por ser día grande aquel sábado, rogaron los judíos a Pilatos que se les quebrasen las piernas a los crucificados y los quitasen de allí.
Vinieron, pues, los soldados y rompieron las piernas al primero y al otro que estaba crucificado con El; pero llegando a Jesús, como le vieron ya muerto, no Le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados Le abrió el Costado con su lanza, y al instante salió de él sangre y agua.
El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero: él sabe que dice la verdad, para que vosotros también creáis.
Estas cosas sucedieron en cumplimiento de aquel lugar de la Escritura: No le quebraréis ni uno de Sus huesos; y de aquel otro: Mirarán al que traspasaron.

Jesús en la sepultura, estatua O.D.M.

XXI. — EL DESPRENDIMIENTO Y LA SEPULTURA

(San Mateo, 27, 57-61; San Marcos, 15, 42-47; San Lucas, 23, 50-56; San Juan, 19, 38-42)
Llegada la tarde, vino un hombre rico llamado José originario de Arimatea, ciudad de Judea. Era un hombre virtuoso y justo, que esperaba también el Reino de Dios; porque era discípulo de Jesús, aunque en secreto, por temor a los judíos. Era miembro del consejo, pero no había consentido, en los designios ni el complot de los demás.
Este, fue a pedir a Pilatos el Cuerpo de Jesús. Sorprendido Pilatos de que tan pronto hubiese muerto, mandó llamar al Centurión y le preguntó si había muerto efectivamente; y habiéndolo afirmado el Centurión, ordenó que fuese entregado el Cuerpo a José.
Nicodemo, aquél mismo que en otra ocasión había ido de noche a encontrar a Jesús, vino igualmente, trayendo consigo unas cien libras de una confección de mirra y áloe.
José, habiendo comprado una sábana de lienzo muy fino, bajó a Jesús de la cruz; y envolviéndole en una sábana lo fajaron con bandas y aromas, según es costumbre sepultar entre los judíos.
Cerca del lugar donde fue crucificado Jesús había un huerto, y en éste un sepulcro, propiedad de José. Este sepulcro, abierto en peña viva, era nuevo y nadie había sido sepultado en él; y como estuviese ya para acabar la víspera del gran sábado y el sepulcro estaba cerca, en él depositaron el Cuerpo de Jesús. Arrimaron luego a la entrada del sepulcro una gran piedra, quedando así cerrado, y se alejaron ya de noche.
Entre tanto, María Magdalena y María madre de José, así como las mujeres que vinieron de Galilea con Jesús, estuvieron observando el sepulcro y la manera como había sido depositado el Cuerpo de Jesús.
Se retiraron luego, e hicieron prevención de aromas y bálsamos; aunque, durante el sábado, se mantuvieron quietas para cumplir con la ley.