Servicio de la noche - Viernes Santo
El celebrante revestido de la estola y la capa violetas inciensa por tres veces la reliquia. EL TRIUNFO DE LA CRUZ Primera Oración ¡Oh Jesucristo, eterna dulzura para los que Os aman; alegría que sobrepasa todo gozo y deseo; salvación y esperanza de todo pecador, que habéis manifestado no tener mayor deseo que estar entre los hombres, hasta tomar la naturaleza humana, en la plenitud de los tiempos, por amor a ellos. Acordaos de todos los sufrimientos que habéis padecido desde el instante de Vuestra concepción y especialmente durante Vuestra Sagrada Pasión, tal como fue decretado y ordenado desde toda eternidad, en el pensamiento divino. Segunda Oración ¡Oh Jesús! Verdadera libertad de los Ángeles, paraíso de delicias, haced memoria del horror y de la tristeza que habéis soportado, cuando Vuestros enemigos Os rodearon como leones furiosos, y con miles de injurias, salivazos, bofetadas, laceraciones y otros suplicios inauditos, Os atormentaron a porfía. Tercera Oración ¡Oh Jesús! Creador del cielo y de la tierra, Vos que nada puede contener ni limitar, Vos que todo lo abarcáis y tenéis bajo Vuestro dominio, acordaos del dolor muy amargo que habéis sufrido cuando los judíos, clavando Vuestras sagradas manos y Vuestros pies delicados a la Cruz, los atravesaron de par en par con gruesos clavos cuadrados, y al no encontraros aún en el estado que deseaban, para satisfacer su furia, agrandaron Vuestras llagas, añadieron dolor sobre dolor, y con inaudita crueldad, Os echaron sobre la Cruz, estirándoos por todos lados y dislocando Vuestros miembros. Cuarta Oración ¡Oh Jesús! Médico celestial, elevado en la Cruz para curar nuestras llagas con las Vuestras, acordaos de las dolencias y heridas que habéis sufrido en todos Vuestros miembros, de los cuales ninguno quedó en su sitio, de manera que no había dolor semejante al Vuestro. Desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza, ninguna parte de Vuestro cuerpo estaba sin tormento. Sin embargo, olvidando todos Vuestros sufrimientos, no habéis dejado de rogar a Vuestro Padre por Vuestros enemigos, diciéndole: «Padre, perdonadles porque no saben lo que hacen». Quinta Oración ¡Oh Jesús! Espejo de eterno esplendor, acordaos de la tristeza que habéis sentido, cuando contemplando a la luz de Vuestra Divinidad, la predestinación de aquellos que debían salvarse mediante los méritos de Vuestra sagrada Pasión, juntamente habéis visto la gran multitud de los réprobos que debían ser condenados por sus pecados, y habéis compadecido amargamente a esos desdichados pecadores, perdidos y desesperados. Sexta Oración ¡Oh Jesús! Rey infinitamente amable y deseado, acordaos del dolor que habéis sufrido cuando, desnudo y como un miserable, estabais clavado y elevado en la Cruz, donde Os abandonaron todos Vuestros parientes y amigos, a excepción de Vuestra amada Madre que permaneció muy fielmente junto a Vos en la agonía, la Cual habéis encomendado a Vuestro fiel discípulo, diciendo a María: «¡Mujer, ahí tienes a Tu hijo!» y a san Juan: «¡Ahí tienes a tu Madre!» Septima Oración ¡Oh Jesús! Fuente inagotable de compasión, que por una profunda afección de amor, habéis dicho en la Cruz: «Tengo sed». Es decir ansia por la salvación del género humano. Octava Oración ¡Oh Jesús! Dulzura de los corazones y sosiego de las almas, por la amargura de la hiel y del vinagre que habéis probado en la Cruz, por amor a nosotros, concedednos recibir dignamente Vuestro Cuerpo y Vuestra Sangre preciosísima, durante nuestra vida y en la hora de la muerte, para servir de remedio y de consuelo a nuestras almas. Amén. Novena Oración Décima Oración Undécima Oración ¡Oh Jesús! Abismo muy profundo de misericordia, Os suplico, en memoria de Vuestras llagas que llegaron hasta la médula de Vuestros huesos y entrañas, me saquéis del pecado, yo miserable, sumergido en mis ofensas, y me escondáis de Vuestro rostro irritado en las hendiduras de Vuestras llagas, hasta que Vuestra ira y justa indignación hayan pasado. Amén. Duodécima Oración ¡Oh Jesús! Espejo de verdad, signo de unidad, vínculo de caridad, acordaos de la multitud de llagas con que fuisteis herido desde la cabeza hasta los pies, lacerado y enrojecido por la efusión de Vuestra Sangre adorable. ¡Cuán grande y universal dolor habéis sufrido por amor a nosotros, en Vuestra carne virginal! ¡Dulcísimo Jesús! ¿Qué pudisteis hacer por nosotros que no hayáis hecho? Os conjuro, oh Salvador mío, grabéis con Vuestra preciosa Sangre, todas Vuestras llagas en mi corazón, para que en él pueda leer sin cesar Vuestros dolores y Vuestro amor. Decimotercera Oración ¡Oh Jesús! León poderosísimo, Rey inmortal e invencible, acordaos del dolor que habéis sufrido, cuando agotadas todas Vuestras fuerzas, tanto del corazón como del cuerpo, habéis inclinado la cabeza diciendo: «Todo está consumado». Decimocuarta Oración ¡Oh Jesús! Hijo unigénito del Padre, esplendor y figura de Su sustancia, acordaos de la estrecha y humilde recomendación que habéis hecho a Vuestro Padre, diciéndole: «¡Padre en Vuestras Manos encomiendo Mi Espíritu!» Y Vuestro cuerpo desgarrado, Vuestro Corazón destrozado, y abiertas las entrañas de Vuestra misericordia para redimirnos, habéis expirado. Decimoquinta Oración ¡Oh Jesús! verdadera y fecunda Vid, acordaos de la abundante efusión de Sangre que tan generosamente habéis derramado de Vuestro Sagrado Cuerpo, como la uva en el lagar. Conclusión ¡Oh dulce Jesús! Herid mi corazón, para que lágrimas de penitencia, de dolor y amor, día y noche me sirvan de alimento. Convertidme totalmente a Vos. Que mi corazón Os sea una perpetua habitación, mi conversación agradable, y el final de mi vida Os sea tan loable, que después de mi muerte pueda merecer Vuestro paraíso y alabaros para siempre con todos Vuestros Santos. Amén. La señal de la cruz: En la cuenta del Padrenuestro: En las cuentas de los Avemarías, diez veces: Después de la quinta decena, tres veces:
VENERACIÓN DE LA RELIQUIA DE LA SANTA CRUZ
Muy profundo aquí abajo.
Sin muchas luces
No lo conocemos
ES preciso para comprenderlo
Un espíritu agudo
Sin embargo hay que entenderlo
Para ser salvado.
La razón la combate;
El hombre sabio la ignora.
Y el demonio la ataca.
A menudo el mismo devoto
No la tiene en el corazón.
Aunque dice que la ama,
En el fondo es un mentiroso.
Siempre hay que sufrir
O subir al Calvario,
O perecer para siempre.
San Agustín exclama
Que uno es un réprobo
Si Dios no nos castiga,
Si no estamos puestos a prueba.
Por el camino de las cruces.
Es el camino de vida,
Es el camino de los reyes;
Cada piedra está tallada
Con proporción
Afín de ser colocada
En la santa Sión.
Al mayor conquistador,
Si no tiene esta gloria
De vencerse a sí mismo en el sufrimiento,
Si no tiene como modelo
A Jesús muerto en la cruz,
Si como un infiel
Rechaza este madero?
Encadenó a los infiernos,
Abatió al rebelde
Y conquistó el universo;
La entrega como arma
A Sus buenos servidores,
Encanta o desarma
Tanto las manos como los corazones.
Dice a Constantino,
Toda victoria insigne
Depende de ella.
Lea en las historias
Sus efectos maravillosos,
Sus insignes victorias
En la tierra y en los cielos.
Política y razón,
Es verdaderamente cierto
La cruz es un gran don;
Es en esta princesa
Que encontramos de verdad
La gracia, la sabiduría
Y la divinidad.
De su rara belleza,
La cruz Le hizo bajar
En nuestra humanidad.
Él dijo viniendo al mundo:
Sí, la quiero Señor.
Buena cruz, os fundo
En medio de Mi Corazón.
Que de ella hizo Su honor,
Su compañera eterna,
La esposa de Su Corazón.
Desde Su más tierna infancia,
Cuando Su Corazón suspiraba,
Era hacia la presencia
De la cruz que amaba.
La buscó a grandes pasos,
Murió de ternura
Y de amor en sus brazos.
Deseo un bautismo,
Exclamaba un día:
La querida cruz que amo,
El objeto de Mi amor.
Un satanás escandaloso,
Cuando quiso en la tierra
Apartar los ojos de ella.
Su cruz es adorable,
Su Madre no lo es,
¡Oh grandeza inefable
Desconocida aquí abajo!
En la tierra, por tantos lugares,
Será resucitada
Y transportada al cielo.
La cruz en una nube,
Llena de resplandecientes encantos,
Juzgará por su vista
A los muertos y a los vivos.
Contra sus enemigos
El gozo y la indulgencia
A todos sus buenos amigos;
Ella dará la gloria
A todos los bienaventurados
Y cantará victoria
En la tierra y en los cielos.
Buscaban sólo la cruz,
Era su gran anhelo,
Ésa era su elección;
No contentos con tener
Las que el Cielo les daba
A otras totalmente nuevas
Cada uno se condenaba.
Le daban más honor
Que de ser en la tierra
Vicario del Salvador.
Oh buena cruz, exclama
San Andrés, lleno de fe
Para darme la vida
¡Que yo muera sobre ti!
Su gran arrobamiento,
No se glorifica
Sino en la cruz solamente.
Es más honorable
En su calabozo horrible
Que en el éxtasis admirable
Que lo arrebata al cielo.
Débil, cobarde y sin corazón,
La cruz la hace ferviente
Y llena de vigor.
Somos ignorantes
Cuando no sufrimos nada,
Tenemos la inteligencia
Cuando sufrimos bien.
No tiene mucho valor,
Es un alma muy nueva
Que no ha aprendido nada.
¡Oh dulzura soberana
Que saborea un afligido,
Si goza de su pena,
Sin verse aliviado!
La bendición,
Y que Dios nos perdona
Y hace remisión;
Quiere que todas las cosas
Queden marcadas con este sello.
A menos que se le ponga,
Nada Le parece bello.
Lo profano es sagrado,
La mancha ha desaparecido,
Dios ha tomado posesión.
Quiere que se coloque
En la frente y el corazón,
Antes de cualquier acción
Para salir victorioso.
Nuestra protección,
Nuestra única esperanza,
Nuestra perfección;
Es tan preciosa,
Que un alma en los cielos
Volvería con alegría
Para sufrir en estos lugares.
Que el sacerdote en el altar
No toma otras armas
Para atraerle del cielo;
Traza sobre la hostia
Varias señales de la cruz;
Por estas señales de vida,
Le impone las leyes.
Le hace una fragancia
De olor agradable
Que no tiene nade de común;
Es el incienso que Le da
En cuanto es consagrado.
Es con esta corona
Que quiere ser adornado.
Sigue buscando ahora
Un corazón muy fiel
Digno de este don.
Quiere un verdadero sabio,
Que no ama nada más que sufrir,
Que lleva con valentía
La cruz hasta morir.
Te humillo hablando,
Soy un temerario,
Soy un insolente;
Puesto que te recibí
Con corazón enfadado,
No te he conocido,
¡Perdona mi pecado!
Ya que te conozco,
Haz en mí tu morada
Y dame tus leyes.
Lléname, princesa mía,
De tus castos amores,
Y hazme conocer
Tus más secretos atavíos.
Quisiera tenerte,
Pero mi corazón infiel
Me detiene en mi deber:
Si quieres, amante mía,
Avivar mi languidez,
Sostener mi flaqueza,
Te doy mi corazón.
Mi placer, mi honor,
Por única amiga,
Mi única felicidad;
Grávate, por favor,
En mi corazón y en mi brazo,
En mi frente y mi rostro,
No me avergonzaré.
Tu rica pobreza,
Tomo por muestras de afecto
Tu dulce austeridad.
Qué tu sabia locura,
Qué tu santo deshonra
Sean de toda mi vida
La gloria y la grandeza.
Cuando por tu virtud
A tu mayor gloria
Me habrás abatido,
Pero no soy digno
De morir bajo tus golpes
Ni de ser como un signo
Contrariado por todos.
San Luis María de Montfort)
Las quince oraciones reveladas a Santa Brígida
Padre nuestro… Ave María…
Acordaos, Señor, que celebrando la Cena con Vuestros discípulos, después de haber lavado sus pies, les habéis dado Vuestro sagrado Cuerpo y Vuestra Sangre preciosa, y luego confortándolos con dulzura, les habéis anunciado Vuestra próxima Pasión.
Acordaos de la tristeza y amargura que habéis experimentado en Vuestra Alma, como Vos mismo lo habéis manifestado, diciendo: «Mi alma está triste hasta la muerte».
Acordaos de todos los temores, angustias y dolores que habéis soportado en Vuestro Cuerpo delicado, antes del suplicio de la Cruz, cuando después de haber orado tres veces derramando un sudor de sangre, habéis sido traicionado por Judas Vuestro discípulo, apresado por la nación que habíais escogido y elevado, acusado por falsos testigos e injustamente juzgado por tres jueces, en la flor de Vuestra juventud, y en el tiempo solemne de Pascua.
Acordaos que fuisteis despojado de Vuestra propia vestidura, y revestido con manto de irrisión; que Os cubrieron los Ojos y la Cara, Os dieron bofetadas, Os coronaron con espinas, Os pusieron una caña en las manos, y atado a la columna, fuisteis desgarrado con azotes y agobiado con oprobios y ultrajes.
— En memoria de todas estas penas y dolores, que habéis soportado antes de Vuestra Pasión en la Cruz, concededme, antes de morir, una contrición verdadera, una confesión sincera y completa, una digna satisfacción, y la remisión de todos mis pecados. Amén.
Padre nuestro… Ave María…
— En consideración a estos tormentos y palabras injuriosas, Os suplico, oh Salvador mío, me libréis de todos mis enemigos visibles e invisibles y me hagáis llegar, bajo Vuestra protección, a la perfección de la salvación eterna. Amén.
Padre nuestro… Ave María…
— En memoria de este santísimo y amantísimo dolor de la Cruz, Os suplico me concedáis la gracia del temor y del amor Vuestro. Amén.
Padre nuestro… Ave María…
— Por esta gran Misericordia, y en memoria de este dolor, haced que el recuerdo de Vuestra amarguísima Pasión, produzca en nosotros una perfecta contrición, y la remisión de todos nuestros pecados. Amén.
Padre nuestro… Ave María…
— Por este abismo de compasión y piedad, y principalmente por la bondad que habéis demostrado hacia el buen ladrón, diciéndole: «Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso», Os ruego, oh dulce Jesús, que a la hora de mi muerte, tengáis misericordia de mí. Amén.
Padre nuestro… Ave María…
— Os suplico, oh Salvador mío, por la espada de dolor que entonces traspasó el alma de Vuestra Santa Madre, tengáis compasión de mí en todas mis aflicciones y tribulaciones, tanto corporales como espirituales, y me amparéis en todas mis adversidades, especialmente en la hora de mi muerte. Amén.
Padre nuestro… Ave María…
— Os ruego, Oh Salvador mío, inflaméis el deseo de nuestros corazones para tender a la perfección en todas nuestras obras, y apaguéis en nosotros la concupiscencia carnal y el ardor de los apetitos mundanos. Amén.
Padre nuestro… Ave María…
Padre nuestro… Ave María…
¡Oh Jesús! Virtud real, gozo del alma, acordaos del dolor que habéis padecido, cuando, sumergido de amargura en la proximidad de la muerte, insultado y ultrajado por los judíos, habéis clamado en voz alta haber sido abandonado por Vuestro Padre, diciéndole: «Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué Me habéis abandonado?»
— Por esta angustia, Os suplico, oh Salvador mío, no me abandonéis en los terrores y dolores de mi muerte. Amén.
Padre nuestro… Ave María…
¡Oh Jesús! Principio y fin, vida y virtud de todas las cosas, acordaos que por nosotros, Os habéis sumergido en un abismo de dolor, desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza.
— En consideración a la enormidad de Vuestras llagas, enseñadme a seguir Vuestros mandamientos, por una verdadera caridad, mandamientos cuyo camino es amplio y fácil para aquellos que Os aman. Amén.
Padre nuestro… Ave María…
Padre nuestro… Ave María…
— Por el recuerdo fiel de Vuestra Pasión, el fruto de Vuestros sufrimientos sea renovado en mi alma, y Vuestro amor aumente cada día en mi corazón, hasta que Os alcance, Vos que sois el tesoro de todos los bienes y todas las alegrías, que Os suplico me concedáis, oh dulcísimo Jesús, en la vida eterna. Amén.
Padre nuestro… Ave María…
— Por esta angustia y dolor, Os suplico, Señor Jesús, tengáis piedad de mí en la hora de mi muerte, cuando mi alma se encuentre en la angustia y mi mente en la afflicción. Amén.
Padre nuestro… Ave María…
— Por esta preciosa muerte, Os ruego, oh Rey de los santos, confortadme y socorredme para resistir al demonio, a la carne y a la sangre, a fin de que muerto al mundo, viva solamente por Vos. Recibid, Os ruego, en la hora de mi muerte, mi alma peregrina y desterrada que regresa a Vos. Amén.
Padre nuestro… Ave María…
De Vuestro costado perforado con la lanza por un soldado, brotó sangre y agua, hasta no quedar en Vuestro Cuerpo gota alguna. Y finalmente, como un haz de mirra elevado en lo alto de la Cruz, Vuestra carne delicada se aniquiló, el humor de Vuestras entrañas se agotó, la médula de Vuestros huesos se secó.
— Por esta amarga Pasión, y por la efusión de Vuestra preciosa Sangre, Os suplico, oh buen Jesús, recibáis mi alma, cuando me encuentre en la agonía de mi muerte. Amén.
Rosario de las Santas Llagas
V. Padre Eterno, Os ofrezco las heridas de Nuestro Señor Jesucristo,
R. Para curar a las de nuestras almas.
V. ¡Jesús mío, perdón y misericordia!
R. Por los méritos de Vuestras santas heridas y los sufrimientos de Vuestra Madre.
V. Padre Eterno, Os ofrezco las heridas de Nuestro Señor Jesucristo,
R. Para curar a las de nuestras almas.