“Isaías a su vez, en el ímpetu de sus deseos, exclamaba: Por Sión no me callaré, y por Jerusalén no descansaré hasta que se levante en su esplendor el Justo esperado. Rasga, pues, los cielos y baja.” Finalmente, todos los Profetas, cansados de tanto esperar, continuaron lanzando sus súplicas, gemidos, y hasta a veces, sus gritos de impaciencia. Ya hemos oído y repetido bastante tiempo sus palabras; es hora de que se retiren; para nosotros no hay alegría ni consuelo hasta que el Salvador, honrándonos con el beso de su boca, nos diga él mismo en persona: Habéis sido escuchados. Mas ¿qué es lo que acabamos de oír? Santifícaos, oh hijos de Israel, y estad preparados; porque mañana descenderá el Señor. Sólo lo que queda de este día, y a penas media noche, nos separan ya de la gloriosa visita, y nos ocultan todavía al Hijo de Dios y su admirable Nacimiento. Dáos prisa, horas veloces; terminad pronto vuestra carrera, para que podamos ver cuanto antes al Hijo de Dios en la cuna, y honrar esa Natividad, que es la salvación del mundo. Yo supongo, hermanos míos, que sois verdaderos hijos de Israel, y estáis purificados de todas las impurezas de la carne y del espíritu, bien preparados para los misterios de mañana, impacientes por dar muestras de vuestra devoción. Al menos así lo puedo esperar, dado como habéis pasado los días dedicados a la preparación del Advenimiento del Hijo de Dios. Pero si, a pesar de todo, hubiesen caldo en vuestro corazón algunas gotas del vaho de la corrupción, apresuráos hoy a secarlas y cubrirlas con el blanco lienzo de la confesión. Yo os lo garantizo de la bondad del Niño que va a nacer; quien confesare contrito su pecado, merecerá que la Luz del mundo nazca en él; se desvanecerán las falaces tinieblas y le será comunicado el verdadero esplendor. Porque ¿cómo se había de negar misericordia a los desgraciados, la noche en que nace el Señor misericordioso? Abatid, pues, el orgullo de vuestras miradas, la osadía de vuestra lengua, la crueldad de vuestras manos, la sensualidad de vuestros deseos; apartad vuestros pies de la veredas tortuosas, y luego venid y ved si el Señor no rasga esta noche los cielos y desciende hasta vosotros y arroja todos vuestros pecados al fondo del mar. Este santo día es, en efecto, un día de gracia y de esperanza, y debemos pasarlo en santa alegría. La Iglesia, haciendo caso omiso de sus costumbres habituales, quiere que, si la Vigilia de Navidad cae en domingo, el Oficio y la Misa de la Vigilia prevalezcan contra el Oficio y la Misa del cuarto domingo de Adviento; tan solemnes la parecen estas últimas horas que preceden inmediatamente al Nacimiento del Señor. En las demás fiestas, por importantes que sean, sólo comienza la solemnidad en las primeras Vísperas; hasta ellas la Iglesia guarda silencio, celebrando los Oficios divinos y la Misa según el rito cuaresmal. Hoy, por el contrario, comienza ya la gran fiesta desde el amanecer, en el Oficio de Laudes. La entonación solemne de este Oficio nos anuncia un rito doble, cantándose las antífonas antes y después de cada salmo o cántico. En la Misa, aunque se conserva el color morado, no hay que estar de rodillas como en las demás ferias de Adviento, ni tampoco hay más que una sola Colecta en vez de tres que se suelen decir en una Misa menos solemne. Participemos del espíritu de la santa Iglesia y preparémonos con el corazón rebosante de alegría a salir al encuentro del Salvador, que viene a nosotros. Practiquemos con fidelidad el ayuno que aligerará nuestros cuerpos y facilitará nuestra marcha; pensemos ya desde la madrugada que no volveremos a acostarnos sin haber visto nacer, en una hora sagrada, al que viene a iluminar a todas las criaturas; porque es obligación de todo fiel hijo de la Iglesia Católica, celebrar con ella esta feliz noche en la que todo el mundo, a pesar del enfriamiento de la piedad, honra todavía la venida de su Salvador, como último rescoldo de la piedad antigua, que no se habría de apagar sin gran perjuicio para la tierra. Repasemos en espíritu de oración las partes principales del Oficio de esta Vigilia. Primeramente, la santa Iglesia comienza por una llamada de atención que sirve de Invitatorio en Maitines, y de Introito y Gradual en la Misa. Son las palabras de Moisés al anunciar al pueblo el celestial Maná que Dios le ha de enviar al día siguiente. También nosotros esperamos nuestro Maná, Jesucristo, Pan de vida, que va a nacer en Belén, la Casa del Pan. Hoy sabréis que viene el Señor, y nos salvará; y mañana veréis su gloria. Salmo. Del Señor es la tierra y su plenitud: el orbe de las tierras y todos cuantos habitan en él. Gloria al Padre… ¡Oh Dios! que nos alegras con la anual expectación de la ñesta de nuestra redención; haz que, así como recibimos ahora gozosos a tu Unigénito como Redentor, asi veamos después sin temor volver como Juez a Nuestro Señor Jesucristo. El cual vive contigo. Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Romanos (1, 1-4). Hoy sabréis que viene el Señor, y nos salvará: y mañana veréis su gloria. ℣. Tú, que riges a Israel, atiende: tú, que conduces a José como una oveja; tú, que te sientas sobre los Querubines, muéstrate ante Efraín, Benjamín y Manasés. Continuación del Santo Evangelio según San Mateo. (1, 18-20). (Misal diario y vesperal, por Dom Gaspar Lefebvre, O.S.B. de la Abadía de S. Andrés, Décima Edición)La Vigilia de Navidad

Reflexión sobre la Liturgia del día
Liturgia de la Misa
INTROITO
COLECTA
EPISTOLA
Pablo, siervo de Jesucristo, llamado Apóstol, separado para el Evangelio de Dios, que antes había prometido por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, hecho de la simiente de David, según la carne, y predestinado para Hijo de Dios en poder, según el espíritu de santificación, por su resurrección de entre los muertos. Por El hemos recibido la gracia y el apostolado, para poder predicar la fe, en virtud de su nombre, a todos los pueblos, entre los cuales estáis también vosotros, los llamados de Nuestro Señor Jesucristo.GRADUAL
Aleluya, aleluya. ℣. Mañana será borrada la iniquidad de la tierra: y reinará sobre nosotros el Salvador del mundo. Aleluya.EVANGELIO
Estando desposada con José María, la Madre de Jesús, antes de que se juntasen, se halló haber concebido del Espíritu Santo. Mas José, su marido, como fuese justo y no quisiese infamarla, pensó abandonarla secretamente. Y pensando él en esto, he aquí que el Angel del Señor se le apareció en sueños, diciéndole: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella ha nacido, del Espíritu Santo es. Y parirá un hijo y le llamarás Jesús, pues El salvará a su pueblo de sus pecados.
(Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger)