El santo día de Navidad

Navidad de Jesus
María dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre.

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Reflexión sobre la liturgia del día

Es hora ya de ofrecer el gran Sacrificio y de llamar al Emmanuel: sólo El puede pagar dignamente a su Padre la deuda de agradecimiento que el género humano le debe. En el altar, como en el pesebre, intercederá por nosotros; nos acercaremos a él con amor y se nos entregará. Pero es tal la grandeza del Misterio de este día, que la Iglesia no se limita a ofrecer un solo Sacrificio. La llegada de tan precioso don por tanto tiempo aguardado merece el reconocimiento de homenajes extraordinarios. Dios Padre envía su Hijo a la tierra; es el Espíritu Santo quien obra este prodigio: es muy natural que la tierra dirija a la Trinidad augusta el homenaje de ese Sacrificio.

Además, el que nace hoy ¿no se ha manifestado en tres Nacimientos? Nace esta noche de la Virgen bendita; va a nacer, por su gracia, en el corazón de los pastores que son las primicias de toda la cristiandad; y nace eternamente en el seno del Padre, en los esplendores de los Santos: este triple nacimiento debe ser venerado con un triple homenaje.

La primera Misa celebra el Nacimiento según la carne. Los tres Nacimientos son otras tantas efusiones de la luz divina; ahora bien, ha llegado la hora en que el pueblo que caminaba en las tinieblas vió una gran luz y en que amaneció el día sobre los que moraban en la región de las sombras de la muerte. La noche es oscura fuera del santo templo donde nos hallamos: noche material por ausencia del sol; noche espiritual a causa de los pecados de los hombres que duermen en el olvido de Dios o vigilan para el crimen. En Belén, en torno al establo y en la ciudad, hay tinieblas; y los hombres que no han querido hacer sitio al divino Huésped descansan en una grosera paz; por eso no les despertará el concierto de los Angeles.

Hacia la mitad de la noche la Virgen ha sentido llegar el momento supremo. Su corazón de madre se halla completamente inundado de maravillosas delicias y derretido en un éxtasis de amor. De pronto, saliendo con su omnipotencia del seno materno, como saldrá un día a través de la piedra del sepulcro, aparece el Hijo de Dios e Hijo de María tendido en el suelo, a la vista de su Madre, y dirigiendo sus brazos hacia ella. El rayo del sol no atraviesa con mayor rapidez el límpido cristal incapaz de detenerle. La Virgen Madre adora al Niño divino que la sonríe, y se atreve a estrecharle contra su corazón; le envuelve en los pañales que le ha preparado y le acuesta en el pesebre. El fiel José le adora con ella; los santos Angeles, cumpliendo la profecía de David, rinden su más profundo homenaje a su Creador en el momento de su entrada en el mundo. Encima del establo está el cielo abierto y suben hacia el Padre de los siglos, los primeros votos del Dios recién nacido; a los oídos del Dios ofendido comienzan a llegar ya sus primeros gritos y los dulces vagidos que preparan la salvación del mundo.

Misa del Gallo

Introito

(Ps. 2, 7) El Señor me dijo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Gloria Patri.

Colecta

¡Oh Dios! que hiciste brillar esta sacratísima noche con el resplandor de la verdadera luz: suplicárnoste hagas que disfrutemos en el cielo, de los gozos de esta luz, cuyos misterios hemos conocido en la tierra. Por el que vive y reina contigo…

Epístola

Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a Tito (2, 11-15)
Carísimo: La gracia de Dios, nuestro Salvador, se ha aparecido a todos los hombres, para enseñarnos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, debemos vivir sobria y justa y piadosamente en este siglo, aguardando la bienaventurada esperanza y el glorioso advenimiento del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo, el cual se dió a sí mismo por nosotros, para redimirnos de todo pecado y purificar para sí un pueblo grato, seguidor de las buenas obras. Predica y aconseja estas cosas en Nuestro Señor Jesucristo.

Reflexión sobre la Epístola

Por fin ha aparecido, en su gracia y misericordia, ese Dios Salvador que era el único que podía librarnos de las obras de la muerte, devolviéndonos a la vida. En este mismo momento se muestra a todos los hombres en el angosto reducto de un pesebre, envuelto en los pañales de la infancia. Ahí tenéis la dicha de la visita de un Dios a la tierra, visita que tanto anhelábamos; purifiquemos nuestros corazones, hagámonos gratos a sus ojos: pues, aunque sea niño, es también Dios poderoso, como nos acaba de decir el Apóstol, el Señor cuyo nacimiento eterno es anterior al tiempo. Cantemos su gloria con los santos Angeles y con la Iglesia.

Gradual

(Ps. 109, 3 y 1) Contigo está el imperio desde el día de tu poder, entre los esplendores de los Santos; yo te engendré de mi seno antes de la aurora. ℣. Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies.

Aleluya, Aleluya. ℣. El Señor me dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Aleluya.

Evangelio

Continuación del Santo Evangelio según San Lucas (2, 1-14).
En aquel tiempo salió un edicto de César Augusto ordenando que se inscribiera todo el orbe. Esta primera inscripción fue hecha siendo Cirino gobernador de Siria. Y fueron todos a inscribirse, cada cual en su ciudad. Y subió José de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, llamada Belén, porque era de la casa y familia de David, para inscribirse con María, su mujer, desposada con él, la cual estaba encinta. Y sucedió que, estando ellos allí, se cumplieron los días de dar a luz. Y parió a su Hijo primogénito, y le envolvió en pañales, y le acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada. Y había unos pastores en la misma tierra, que guardaban y velaban las vigilias de la noche sobre su ganado. Y he aqui que el Angel del Señor vino a ellos y la claridad de Dios los cercó de resplandor, y tuvieron gran temor. Mas el Angel les dijo: No temáis porque os voy a dar una gran noticia, que será de gran gozo para todo el pueblo: es que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor. Y ésta será la señal para vosotros: hallaréis al Niño envuelto en pañales y echado en un pesebre. Y súbitamente apareció con el Angel una gran multitud del ejército celeste, alabando a Dios y diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.

Reflexión sobre el Evangelio

También nostros, divino Niño, unimos nuestras voces a las de los Angeles y cantamos: ¡Gloria a Dios, paz a los hombres! El inefable relato de tu nacimiento nos enternece los corazones y hace correr nuestras lágrimas. Te hemos acompañado en tu viaje de Nazaret a Belén, hemos seguido todos los pasos de María y de José a través de su largo camino; hemos velado durante esta santa noche en espera del feliz momento que te mostrará a nuestros ojos. Sé bendito, oh Jesús, por tanta misericordia; sé amado por tanto amor. Imposible apartar nuestras miradas de ese pesebre afortunado, que contiene nuestra salvación. Te reconocemos ahí tal como te han pintado a nuestras esperanzas los santos Profetas cuyos divinos vaticinios nos ha pasado la Iglesia esta noche ante la vista. Eres el Dios Grande, el Rey pacífico, el Esposo celestial de nuestras almas; eres nuestra Paz, nuestro Salvador, nuestro Pan de vida. ¿Qué te podemos ofrecer en este momento, si no es esa “buena voluntad que los Angeles nos recomiendan? Créala en nosotros; cultívala para que lleguemos a ser hermanos tuyos por la gracia, como lo somos ya por la naturaleza humana. Pero aún haces más en este misterio ¡oh Verbo encarnado! En él nos haces, como dice el Apóstol, partícipes de la divina naturaleza, de esa naturaleza que en tu humillación no has perdido. En el orden de la creación nos colocaste debajo de los Angeles; en tu encarnación nos has hecho herederos de Dios, y coherederos tuyos. ¡Ojalá nuestros pecados y flaquezas no nos hagan descender de estas alturas a las que hoy nos has elevado!

Después del Evangelio, la Iglesia canta en son de triunfo el Símbolo de la fe, en el que se nos detallan los misterios del Hombre Dios. A las palabras: Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine, ET HOMO FACTUS EST, adorad desde lo más profundo de vuestro corazón al Dios grande que ha tomado la forma de su criatura, y devolverle con vuestro humilde acatamiento, la gloria de que se ha despojado por vuestra causa. En las tres Misas de hoy, cuando el coro llega a esas palabras en el canto del Credo, se levanta el sacerdote de su silla y va a postrarse de rodillas al pie del altar. Unios en ese momento con vuestras adoraciones a las de toda la Iglesia representada por el Sacerdote.

Misa de la Aurora

Navidad de Jesús

Consideraciones

Terminado el Oficio de Laudes, concluyen los cantos de regocijo, por medio de los cuales la Iglesia da gracias al Padre de los siglos, por haber hecho nacer al Sol de justicia: es hora ya de celebrar el segundo Sacrificio, el Sacrificio de la aurora. En la primera Misa la Santa Iglesia ha honrado el nacimiento temporal del Verbo según la carne; ahora va a celebrar un segundo nacimiento del mismo Hijo de Dios, nacimiento de gracia y de misericordia, que se realiza en ei corazón del fiel cristiano.

He aquí que en este mismo momento, unos pastores advertidos por los santos Angeles llegan de prisa a Belén; se aglomeran en el establo, demasiado estrecho para su número. Dóciles al aviso del cielo, han venido a reconocer al Salvador que ha nacido para ellos, según se les ha dicho. Y lo hallan todo tal como los Angeles se lo han anunciado. ¿Quién es capaz de describir la alegría de su corazón, la sencillez de su fe? No se maravillan de encontrar a Aquel cuyo nacimiento conmueve a los mismos Angeles, envuelto en la capa de una pobreza semejante a la suya. Sus corazones lo han comprendido todo, y adoran y aman a aquel Niño. Son ya cristianos. La Iglesia cristiana comienza en ellos; sus humildes corazones aceptan el misterio de un Dios humillado. Herodes tratará de hacer perecer al Niño; la Sinagoga rugirá; sus doctores se levantarán contra Dios y contra su Cristo; condenarán a muerte al Libertador de Israel; pero la fe permanecerá firme e inquebrantable en el alma de los pastores, en espera de que los sabios y poderosos se humillen a su vez ante la cruz y el pesebre. ¿Qué ha ocurrido en el corazón de estos sencillos hombres? Cristo ha nacido en ellos y en adelante morará allí por la fe y el amor. Son nuestros padres en la Iglesia; a nosotros nos toca el hacernos semejantes a ellos. Llamemos, pues, también nosotros a Jesucristo a nuestras almas; hagámosle sitio y nada le obstruya la entrada de nuestros corazones. También a nosotros nos hablan los Angeles, también nos comunican la buena nueva; el beneficio no debe limitarse solamente a las moradas de la campiña de Belén. Ahora bien, para honrar el misterio de la silenciosa venida del Salvador a las almas, el Sacerdote se dispone a subir ahora al altar y presentar por segunda vez el Cordero inmaculado a las miradas del Padre celestial que nos le envía.

Permanezcan nuestros ojos fijos en el altar como los de los pastores en el pesebre; busquemos allí como ellos al Niño recién nacido, envuelto en pañales. Al entrar en el establo, no sabían todavía a quién iban a ver; pero sus corazones estaban preparados. De pronto le ven, y sus ojos se posan en este Sol divino. Jesús desde el fondo del pesebre les dirige una amorosa mirada; quedan iluminados y se hace de día en sus corazones. Seamos dignos de que se realice en nosotros aquella frase del príncipe de los Apóstoles: “La luz brilla en un lugar oscuro, hasta el momento en que resplandezca el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana.” (II S. Pedro, 1, 19.)

Ha llegado ya esta aurora bendita para nosotros; el divino Oriente que aguardábamos ha aparecido ya y, no se ocultará más en nuestra vida: en adelante hemos de temer más que nada a la noche del pecado de la que El nos libra. Somos los hijos de la luz y los hijos del dia (I Tes., 5, 5); ya no hemos de conocer el sueño de la muerte; pero deberemos estar siempre en vela, acordándonos de que los pastores velaban cuando el Angel los habló y se abrieron los cielos sobre sus cabezas. Los cantos todos de esta Misa de la Aurora nos van a anunciar de nuevo el esplendor de este Sol de justicia; saboreémoslos como prisioneros aherrojados durante mucho tiempo en una cárcel tenebrosa, a cuyos ojos aparece de repente una luz apacible. En el fondo de la gruta, resplandece ese Dios luminoso; sus divinos rayos realzan y embellecen más todavía las graciosas facciones de la Virgen Madre, que con tanto amor le contempla; también el rostro venerable de José resplandece de un modo especial; mas estos destellos no se detienen en el angosto recinto de la gruta. Aunque dejan en sus merecidas tinieblas a la ingrata Belén, se esparcen por el mundo entero, encendiendo en millones de corazones un amor inefable hacia esa Luz de lo alto que arranca al hombre de sus errores y pasiones, y le eleva hacia el fin sublime para el que ha sido creado.

Pero en este momento nos presenta la Santa Iglesia otro objeto de admiración y alegría, en medio de todos estos misterios del Dios encarnado y en el seno mismo de la humanidad. Al recuerdo tan glorioso y amable del Nacimiento del Emmanuel une, en este Sacrificio de la Aurora, la solemne memoria de una de esas almas valerosas que supieron conservar la Luz de Cristo a pesar de los ataques de las tinieblas. En esta misma hora, honra a Santa Anastasia, que, por la cruz y el martirio, nació a la vida celestial en el mismo día del Nacimiento del Redentor.

Mas ya es hora de que pongamos los ojos en el altar donde va a comenzar el santo Sacrificio. El Introito canta la salida del Sol divino. El resplandor de su aurora anuncia ya el brillo que habrá de tener a medio día. Fuerza y belleza son sus cualidades; está armado para vencer y su nombre es Príncipe de la Paz.

Introito

(Is. 9, 2 y 6) La luz brillará hoy sobre nosotros: porque nos ha nacido el Señor: y será llamado Admirable, Dios, Príncipe de la paz. Padre del siglo venidero: cuyo reino no tendrá fin. — Salmo. El Señor reinó, se vistió de belleza: el Señor se vistió y ciñó de fortaleza. Gloria Patri.

Colecta

En esta Misa de la Aurora, la oración de la Iglesia solicita la efusión en las almas de los rayos del Sol de justicia para que sean fecundas en obras de luz, y no vuelvan a aparecer las antiguas tinieblas.

Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, concedas a los que somos inundados de la nueva luz de tu Verbo encarnado, la gracia de que resplandezca en nuestras obras lo que por la fe brilla en nuestras mentes. Por el mismo Señor...

Conmemoración de santa Anastasia
Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, hagas que, los que celebramos la solemnidad de tu bienaventurada mártir Anastasia, sintamos su protección delante da ti. Por el Señor...

Epístola

Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a Tito (3, 4-7)
Carísimo: Ha aparecido la benignidad y la humanidad de Dios, nuestro Salvador; nos ha salvado, no por las obras justas que hemos hecho nosotros, sino por su misericordia, mediante el baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó en nosotros con abundancia por Jesucristo, nuestro Salvador: para que, justificados con su gracia, seamos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna: en Nuestro Señor Jesucristo.

Reflexión sobre la Epístola

El Sol que ha salido para nosotros es un Dios Salvador, lleno de misericordia. Vivíamos lejos de él, en las sombras de la muerte; ha sido necesario que los rayos divinos bajasen hasta el fondo del abismo en que el pecado nos había sumergido; y he aquí que salimos regenerados, santificados, hechos herederos de la vida eterna. ¿Quién nos separará ya del amor de este Niño? ¿Seríamos capaces de hacer inútiles los prodigios de un amor tan generoso, y volver a declararnos esclavos de las sombras de la muerte? Quedémonos más bien con la esperanza de la vida eterna, en la que ya nos han puesto estos sublimes misterios.

Gradual

(Salmo 117, 26 et 23) Bendito el que viene en nombre del Señor: el Señor es Dios, y nos ha iluminado. ℣. Esto ha sido hecho por el Señor: y es maravilloso a nuestros ojos.

Aleluya, aleluya. ℣. El Señor reinó, se vistió de belleza: el Señor se vistió de fortaleza, y se ciñó de poder. Aleluya.

Evangelio

Continuación del Santo Evangelio según San Lucas. (2, 15-20).
En aquel tiempo los pastores decían entre si: Vayamos hasta Belén, y veamos eso que ha sucedido, que el Señor nos ha manifestado. Y se fueron presurosos: y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en un pesebre. Y al verle, conocieron ser verdad lo que se les había dicho acerca de aquel Niño. Y todos los que lo oyeron, se maravillaron: y de lo que los pastores les decían. Y María guardaba todas estas palabras, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastores, glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, según se les había dicho.

Reflexión sobre el Evangelio

Imitemos la diligencia, de los pastores en Ir en busca del recién nacido. Apenas han oído las palabras del Angel cuando inmediatamente se ponen en marcha hacia el establo. Llegados a presencia del Niño, sus corazones ya preparados de antemano, le reconocen; y Jesús nace en ellos por su gracia. Están contentos de ser pequeños y pobres como El; en adelante se consideran unidos a El, y su conducta entera va a dar testimonio del cambio operado en su vida. Efectivamente, no se callan, sino que hablan del Niño y se hacen Apóstoles suyos; su palabra cautiva a los que los oyen.

Ensalcemos con ellos al Dios grande que, no satisfecho con llamarnos a su admirable luz, ha colocado la hoguera en nuestro propio corazón instalándose en él. Guardemos en nosotros con cariño el recuerdo de los misterios de esta inefable noche, imitando el ejemplo de María que medita continuamente en su sacratísimo Corazón los sencillos y sublimes sucesos que por ella y en ella se han realizado.

Misa del día de Navidad

Navidad de Jesucristo

Consideraciones

El misterio que honra la Iglesia en esta Misa tercera es el Nacimiento eterno del Hijo de Dios en el seno del Padre. Ha celebrado ya a media noche al Hijo del Hombre saliendo del seno de la Virgen en el establo; al divino Niño naciendo en el corazón de los pastores al apuntar la aurora; en este momento va a asistir a un nacimiento más prodigioso aún, si cabe, que los dos anteriores, un nacimiento cuya luz deslumhra las miradas angélicas, y que es por sí mismo el testimonio eterno de la sublime fecundidad de nuestro Dios. El Hijo de María es también el Hijo de Dios; es obligación nuestra proclamar hoy la gloria de esta inefable generación, que le hace consubstancial a su Padre, Dios de Dios, Luz de la Luz. Elevemos nuestra vista hasta ese Verbo eterno que estaba al principio con Dios y sin el que Dios no estuvo nunca; porque es la forma de su sustancia y el esplendor de su verdad eterna.

La Santa Iglesia comienza los cantos del tercer Sacrificio con un aclamación al Rey recién nacido. Ensalza el poderío real que como Dios posee antes de que el tiempo exista, y que recibirá como hombre el dia en que cargue con la Cruz sobre sus espaldas. Es el Angel del gran Consejo, o sea, el enviado por el cielo para llevar a cabo el plan sublime ideado por la Santísima Trinidad para salvar al hombre por medio de la Encarnación y de la Redención. En ese Altísimo Consejo tuvo su parte el Verbo; su celo por la gloria de su Padre, junto con su amor a los hombres, hacen que tome ahora esta tarea sobre sus hombros.

Introito

(Is. 9, 6) Un Niño nos ha nacido, y nos ha sido dado un Hijo: cuyo imperio descansa en su hombro: y se llamará su nombre: Ángel del gran Consejo. — Salmo. Cantad al Señor un cántico nuevo: porque ha hecho maravillas. Gloria Patri.

Colecta

En la Colecta la Iglesia pide que el nuevo Nacimiento que acaba de realizar el Hijo de Dios en el tiempo, no carezca de efecto, sino que obtenga nuestra libertad.

Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, hagas que la nueva Natividad según la carne de tu Unigénito, nos libre a los que la vieja servidumbre retiene bajo el yugo del pecado. Por el mismo Señor...

Epístola

Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Hébreos (1, 1-12)
Habiendo hablado Dios en otro tiempo muchas veces y de muchos modos a los Padres por los Profetas: en estos últimos dias nos ha hablado por el Hijo, al cual constituyó heredero de todo, y por el cual hizo también los siglos: el cual, siendo el resplandor de su gloria y el retrato de su substancia, y sustentando todas las cosas con la palabra de su poder, obrada la expiación de los pecados, está sentado a la diestra de la Majestad en las alturas: hecho tanto más excelente que los Angeles, cuanto más alto es el nombre que heredó. Porque ¿a cuál de los Angeles dijo jamás: Tú eres mi Hiio, yo te he engendrado hoy? Y otra vez: ¿Yo seré para él Padre, y él será para mi Hijo? Y de nuevo, cuando introduce al Primogénito en la tierra, dice: Y adórenle todos los Angeles de Dios. Y, ciertamente, de los Angeles dice: El que hace a sus Angeles espíritus, y a sus ministros llama de fuego. Mas al hijo le dice: Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos: el cetro de tu reino es cetro de equidad. Amaste la justicia y odiaste la iniquidad: Por eso te ungió Dios, tu Dios, con óleo de alegría más que a tus compañeros. Y Tú, Señor, fundaste en él principio la tierra: y obra de tus manos son los cielos. Estos perecerán, mas tu permanecerás; y todos envejecerán como un vestido: y los mudarás como una vestimenta, y serán mudados: tú, en cambio, siempre eres el mismo, y tus años no acabarán.

Reflexión sobre la Epístola

El gran Apóstol, en este magnífico encabezamiento de su Epístola a sus antiguos hermanos de la Sinagoga, pone de relieve el Nacimiento eterno del Emmanuel. Mientras que nuestros ojos se posan con ternura en el dulce Niño del pesebre, él nos invita a elevarlos hasta aquella Luz soberana, en cuyo seno el mismo Verbo que se digna habitar en el establo de Belén, oye al Padre eterno que le dice: Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado; este hoy es el día de la eternidad, día sin mañana ni tarde, sin amanecer y sin ocaso. Si bien es cierto que la naturaleza humana, que se digna tomar en el tiempo le coloca debajo de los Angeles, el título y la cualidad de Hijo de Dios que le pertenece por esencia, le elevan infinitamente por encima de ellos. Es Dios, es el Señor, y los cambios no le afectan. Envuelto en pañales, clavado en la cruz, muriendo de dolor en su humanidad, permanece impasible e inmortal en su divinidad; para eso goza de un Nacimiento eterno…

Gradual

(Salmo 97, 3 y 2) Todos los confines de la tierra vieron la salud de nuestro Dios; tierra toda, canta jubilosa a Dios. ℣. El Señor manifestó su salud; reveló su justicia ante la faz de las gentes.

Aleluya, aleluya. ℣. Nos ha iluminado un día santo: venid, gentes, y adorad al Señor: porque hoy ha descendido una gran luz sobre la tierra. Aleluya.

Evangelio

Inicio del Santo Evangelio según San Juan (1, 1-14).
En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. El estaba al principio en Dios. Todo fué hecho por El; y sin El no ha sido hecho nada de lo que ha sido hecho: en El estaba la vida y la vida era la luz de los hombres: y la luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas no se percataron de ella. Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan. Este vino para ser testigo, para dar testimonio de la luz a fln de que todos creyeran por él. No era él la luz, sino (que vino) para dar testimonio de la luz. Era la luz verdadera, la que alumbra a todo hombre que viene a este mundo. El estaba en el mundo, y el mundo fué creado por El, y el mundo no le conoció. Vino a los suyos y los suyos no le recibieron. Mas, a los que le recibieron, les dió el poder de hacerse hijos de Dios. Esto (concede también) a los que creen en su nombre, a los que no han nacido de la sangre, ni del deseo de la carne, ni de la voluntad de un varón, sino que han nacido de Dios. (Aquí se arrodilla.) Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros; y hemos visto su gloria, la gloria del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Reflexión sobre el Evangelio

¡Oh Hijo eterno de Dios!, al lado del pesebre donde en el dia de hoy te dignas aparecer por amor nuestro, confesamos nosotros con la más humilde reverencia, tu eternidad, tu omnipotencia, tu divinidad. Existías ya en el principio; y estabas en Dios y eras Dios. Todo ha sido hecho por ti y nosotros somos obra de tus manos. ¡Oh Luz infinita! i Oh Sol de justicia! Nosotros no somos más que tinieblas; ilumínanos. Durante mucho tiempo hemos amado las tinieblas y no te hemos comprendido; perdona nuestros errores. Durante mucho tiempo has estado llamando a la puerta de nuestro corazón y no te hemos abierto. Hoy al menos, gracias a los admirables recursos de tu amor, te hemos recibido; porque, ¿quién sería capaz de no recibirte, oh divino Niño, tan dulce y tan rebosante de ternura? Quédate, pues, con nosotros; lleva a feliz término este nuevo Nacimiento que has efectuado en nosotros. No queremos ser ya de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios, por Ti y en Ti. Te has hecho carne, oh Verbo eterno, para que nosotros nos divinicemos. Sostén nuestra débil naturaleza, que desfallece ante una dignidad tan grande. Tú naces del Padre, naces de María, naces en nuestros corazones: ¡Gloria tres veces a Ti, por este triple nacimiento, oh Hijo de Dios, tan misericordioso en tu divinidad, tan divino en tus humillaciones!

(Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger)