Herodes quiso envolver al Hijo de Dios en una matanza de niños; Belén oyó los lamentos de las madres; la sangre de los recién nacidos inundó la reglón entera; pero todos estos conatos de la tiranía no lograron afectar al Emmanuel; sólo consiguieron enviar al ejército celeste una nueva leva de Mártires. Estos niños tuvieron el insigne honor de ser inmolados por el Salvador del mundo; pero, momentos después de su sacrificio, les fueron reveladas repentinamente alegrías próximas y futuras muy superiores a las de un mundo que pasaron sin conocerle, Dios,, copioso en misericordia, no exigió de ellos más que el sufrimiento de algunos minutos; y se despertaron en el seno de Abrahán libres y exentos de toda otra prueba, puros de toda mancha mundana, llamados al triunfo como el guerrero que da su vida para salvar la de su jefe. Su muerte es, pues, un verdadero Martirio, y por eso la Iglesia los honra con el bello título de Flores de los Mártires, a causa de su tierna edad y de su inocencia. Tienen, por tanto, derecho a figurar hoy en el ciclo, a continuación de los dos esforzados campeones de Cristo que ya hemos celebrado. San Bernardo, en su sermón sobre esta fiesta, explica admirablemente la conexión de estas tres solemnidades: “En el bienaventurado Esteban, dice, tenemos reacción y la voluntad del martirio; en San Juan, solamente la voluntad, y en los santo Inocentes sólo el hecho del martirio. Pero ¿quién dudará de la corona alcanzada por estos niños? Preguntaréis ¿dónde están los méritos para esta corona? Preguntad más bien a Herodes qué crimen cometieron para ser así asesinados. ¿Habrá de vencer la crueldad de Herodes a la bondad de Cristo? Ese rey impío pudo matar a estos inocentes niños; ¿y Cristo no habría de poder coronar a los que sólo por su causa murieron? Esteban fué, Mártir a los ojos de los hombres que fueron testigos de su Pasión voluntariamente padecida, hasta el punto de rogar por sus mismos enemigos, mostrándose más sensible al crimen de ellos que a sus propias heridas. Juan fué mártir a los ojos de los Angeles, que siendo criaturas espirituales, vieron las disposiciones de su alma. En verdad, también fueron Mártires tuyos, oh Dios, aquellos cuyo mérito no fué visto, ciertamente, por los hombres ni por los Angeles, pero a quienes un favor especial de tu gracia, se encargó de enriquecer. De la boca de los recién nacidos y de los niños de pecho te has complacido en hacer brotar tus alabanzas. ¿Cuáles? Los Angeles cantaron: ¡Gloría a Dios en las alturas; y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad! Alabanza sublime sin duda, pero que no será completa hasta que Aquel que ha de venir diga: Dejad que los niños se acerquen a mi, porque el reino de los cielos es de quien a ellos se parece; paz a los hombres, aun a aquellos que todavía no tienen el uso de la razón: ése es el misterio de mi misericordia.” Dios se dignó hacer, con los Inocentes sacrificados por causa de su Hijo, lo que hace diariamente en el sacramento del bautismo, aplicado con frecuencia a niños a quienes arrebata la muerte en las primeras horas de su vida; y nostros bautizados en el agua debemos glorificar a estos recién nacidos, bautizados en su sangre y asociados a todos los misterios de la infancia de Jesucristo. Debemos, también, felicitarlos con la Iglesia de la inocencia que conservaron gracias a su gloriosa y prematura muerte. Purificados primeramente por el rito sagrado que, antes de la institución del bautismo borraba la mancha original, visitados con anterioridad por una gracia especial que los preparó al sacrificio glorioso para el que estaban destinados, pasaron por esta tierra sin mancillarse en ella. ¡Vivan, pues, por siempre estos tiernos corderos en compañía del Cordero inmaculado! y merezca misericordia este mundo envejecido en el pecado, asociando sus voces al triunfo de estos escogidos de la tierra que, semej antes a la paloma del arca, no encontraron sitio donde posar sus plantas. Mas, en esta alegría del cielo y de la tierra, la Santa Iglesia romana no pierde de vista el llanto de las madres que vieron arrancar de su regazo e inmolar con la espada de los soldados a aquellas prendas queridas de su corazón. Y así ha recogido el clamor de Raquel y no trata de consolarla sino más bien de compartir su pena. Para honrar este maternal dolor, consiente en suspender hoy en parte las manifestaciones del gozo que inunda su corazón en la Octava de Cristo recién nacido. No se atreve a revestirse del purpúreo color de los Mártires para no recordar con demasiada viveza la sangre que corre hasta el mismo regazo de las madres; tampoco usa el color blanco, que es señal de alegría y no dice bien con tan acerbos dolores. Reviste el color morado, propio del duelo y de las añoranzas. Si la fiesta no cae en Domingo, llega hasta a suprimir el canto del Gloria in excelsis, a pesar de serle tan querido en estos días, en que los Angeles le entonaron en la tierra; renuncia al jubiloso Aleluya en la celebración del Sacrificio; en una palabra, se muestra, como siempre, inspirada por esa delicadeza sublime y cristiana de la que la santa Liturgia es escuela tan admirable. Pero, después de este homenaje debido a la maternal ternura de Raquel, y que derrama por todo el oficio de los santos Inocentes una tan conmovedora melancolía, no pierde de vista tampoco la gloria de que gozan estos bienaventurados niños; a su solemne recuerdo consagra toda una semana, como lo ha hecho con San Esteban y San Juan. En las Catedrales y Colegiatas honra también en este día a los niños que unen sus inocentes voces a las del sacerdote y de los demás ministros sagrados. Les otorga graciosas distinciones hasta en el mismo coro y goza con la inocente alegría de estos tiernos cooperadores, que emplea para dar realce a sus solemnidades; en ellos, da gloria a Cristo Niño y a la inocente cohorte de los tiernos retoños de Raquel. La Santa Iglesia ensalza la sabiduría de Dios, que supo burlar los cálculos de la política de Herodes y sacar gloria de la cruel inmolación de los niños de Belén, elevándolos a la dignidad de Mártires de Cristo, cuyas grandezas celebran ellos con gratitud eterna. (Salmo 8, 3) De la boca de los niños y de los lactantes sacaste, oh Dios, alabanza contra tus enemigos. — Salmo. Señor, Señor nuestro: cuán admirable es tu nombre en toda la tierra. Gloria Patri. Oh Dios, cuya gloria confesaron hoy los Inocentes Mártires no hablando sino muriendo: mata en nosotros todas nuestras pasiones; para que confesemos también, con nuestras vidas y costumbres, la fe que pregona nuestra lengua. Por nuestro Señor... Mémoire de l'octave de la Nativité Lecture de l’Apocalypse du bienheureux Apôtre Jean (14, 1-5) Heureux privilège de la virginité! les Innocents, parce qu’ils sont vierges, suivent Jésus et Lui font cortège dans l’assemblée des Saints. Ils portent Son nom écrit sur leurs fronts; ils chantent sur des harpes harmonieuses un cantique nouveau que personne ne peut chanter. Pour nous, pauvres exilés, soupirons après cette pureté qui mérite de si hautes distinctions dans la Patrie. Nous avons à traverser un monde corrompu et méchant; veillons pour n’être pas éteints de ses souillures. Défendons notre innocence comme le plus riche trésor; défendons-la même au péril de notre vie. Si déjà nous avions eu le malheur de la perdre, hâtons-nous de la réparer par les labeurs de la pénitence, afin de n’être pas repoussés du trône de l’Agneau et d’avoir au moins quelque part à Son joyeux triomphe. (Abbé Janvier) (Ps. 123, 7-8) Notre âme s’est échappée, comme le passereau du filet des chasseurs, ℣. Le filet s’est déchiré et nous fûmes délivrés: notre secours est dans le nom du Seigneur, qui a fait le ciel et la terre. Ils ont répandu le sang des Saints comme de l’eau autour de Jérusalem, ℣. Et il n’y eut personne pour les ensevelir, ℣. Vengez, Seigneur, le sang de Vos Saints qui a été répandu sur la terre. Mères de Bethléem, pleurez sur vous-mêmes, et non pas sur vos enfants. On les a ravis à votre sein; mais Dieu les a reçus dans Son paradis. Heureux et resplendissants de gloire, comme une moisson de fleurs nouvellement écloses, ils ont été enlevés avant l’orage pour former la couronne du Nouveau-né. Consolez-vous, ô Rachel! leur sort est digne d’envie. Tendres agneaux, douces victimes, sans avoir connu les amertumes de la vie, ils ont eu le bonheur de mourir à la place de Jésus et d’être Ses premiers martyrs. Cessez donc ces larmes, Celui qui les a reçus vous les rendra; maintenant ils prient pour vous, et vous tendent les bras du haut du Ciel. Bientôt vous irez vous unir à eux, et vous les verrez pour jamais triomphants à la suite de l’Agneau. (Abbé Janvier) Sources: Missel quotidien et vespéral, par Dom Gaspar Lefebvre et les Bénédictins de l'Abbaye de St-André, Apostolat Liturgique, Bruges, 1951Los Santos Inocentes - 28 diciembre

Reflexión sobre la Liturgia del día
Liturgia de la Misa
INTROITO
ORACION
Faites, ô Dieu tout-puissant, que de Votre Fils unique la nouvelle naissance selon la chair nous délivre, nous que l'antique esclavage retient encore captifs sous le joug du péché. Par le même Jésus-Christ...EPISTOLA
En ces jours-là, je vis l’Agneau debout sur le mont de Sion, et avec Lui cent quarante-quatre mille (élus) qui portaient Son nom et le nom de Son Père gravés sur leur front. Et j’entendis une voix du Ciel, comme le bruit de grandes eaux et comme le bruit d’un grand coup de tonnerre. Et la voix que j’entendis était comme celle de joueurs de cithares qui jouent de leurs cithares. Ils chantaient une sorte de chant nouveau en face du trône et en face des quatre animaux et des vieillards. Personne ne pouvait chanter ce nouveau chant que les cent quarante-quatre mille qui ont été rachetés de la terre. Ce sont ceux qui ne se sont pas souillés avec des femmes, car ils sont vierges; ceux qui suivent l’Agneau partout où Il va. Ils furent rachetés d’entre les hommes, pour être une oblation pour Dieu et pour l’Agneau, et dans leur bouche il ne s’est pas trouvé de mensonge, car ils sont sans tache devant le trône de Dieu.Réflexion sur l'Épître
Graduel
Alléluia, alléluia. ℣. Enfants, louez le Seigneur, louez le nom du Seigneur. Alléluia.Trait
Évangile

Suite du saint Évangile selon saint Matthieu (2, 13-18).
En ce temps-là, un Ange du Seigneur apparut en songe à Joseph et lui dit: «Lève-toi, prends l’Enfant et Sa Mère, fuis en Égypte, et restes-y jusqu’à ce que je te le dise; car Hérode va se mettre à la recherche de l’Enfant pour Le faire périr». Joseph se leva, prit l’Enfant et Sa Mère pendant la nuit et s’en alla en Égypte. Il y demeura jusqu’à la mort d’Hérode, afin que s’accomplît ce que le Seigneur avait dit par les paroles du prophète: «J’ai rappelé Mon Fils d’Égypte». Alors Hérode, voyant qu’il avait été joué par les Mages, entra dans une grande colère, et il envoya mettre à mort tous les enfants qui étaient à Bethléem et dans tout son territoire, à partir de deux ans et au-dessous, suivant le temps dont il s’était enquis auprès des Mages. Alors s’accomplit la parole du prophète Jérémie: «Une voix s’est fait entendre à Rama, une plainte et un grand gémissement: c’est Rachel qui pleure ses enfants et elle ne veut pas se laisser consoler, parce qu’ils ne sont plus».Réflexion sur l'Évangile
Épîtres et Évangiles des dimanches et des principales Fêtes de l’année, avec des Réflexions, par M. l’abbé Pierre-Désiré Janvier, Doyen du Chapitre de l’Église métropolitaine de Tours, Maison Mame, 1938