SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ
(MIERCOLES DE LA TERCERA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA)
Hoy se suspende la serie de misterios del Tiempo pascual; otro objeto atrae por un momento nuestra atención. La Santa Iglesia nos incita a consagrar la jornada al culto del Esposo de María, del Padre nutricio del Hijo de Dios, Patrón de la Iglesia universal. El 19 de marzo le hemos rendido nuestro homenaje anual; pero se trata de erigir para la piedad del pueblo cristiano un monumento de reconocimiento a San José, socorro y apoyo de todos los que le invocan con confianza. Pero la devoción al Esposo de María no es solamente un justo tributo que rendimos a sus prerrogativas; es también para nosotros la fuente de un nuevo socorro tan extenso como poderoso, habiendo sido puesto entre las manos de San José por el mismo Hijo de Dios. Escuchad el lenguaje inspirado de la Iglesia en la Liturgia: ¡"Oh José, honra de los habitantes del cielo, esperanza de nuestra vida aquí abajo, el "sostén de este mundo"! (Himno de Laudes de la Solemnidad de S. José. "Caelitum, Joseph, decus atque nostrae"... etc.) ¡Qué poder en un hombre! Pero buscad también un hombre que haya tenido con el Hijo de Dios sobre la tierra relaciones tan íntimas como José. Jesús se dignó estarle sumiso aquí abajo; en el cielo, tiene empeño en glorificar a aquel de quien quiso depender, y a quien confió su niñez y el honor de su Madre. El poder de S. José es pues ilimitado; y la Santa Iglesia nos invita hoy a recurrir con una confianza absoluta a este Protector omnipotente. En medio de las terribles agitaciones de las cuales es el mundo víctima, invóquenlo los fieles con fe y serán protegidos. En todas las necesidades de alma y cuerpo, en todas las pruebas y crisis que el cristiano deba atravesar, así en el orden temporal como en el orden espiritual, que recurra a S. José y su confianza no se verá defraudada. El Rey de Egipto decía a sus pueblos hambrientos: "Id a José." (Gén., XLI, 55); el Rey del cielo nos hace la misma invitación; y el fiel custodio de María tiene más crédito ante él que el hijo de Jacob, intendente de los graneros de Menfis, lo tuvo ante el Faraón. La revelación de este nuevo refugio preparado para los últimos tiempos ha sido, desde luego, comunicada, según la costumbre que Dios guarda de ordinario, a las almas privilegiadas a las cuales estaba ella confiada como un germen precioso: así fué para la institución de la fiesta del Santísimo Sacramento, para la del Sagrado Corazón de Jesús, y para otras más. En el siglo xvi, Santa Teresa cuyos escritos estaban llamados a extenderse por el mundo entero, recibió en un grado superior comunicaciones divinas a este propósito, y consignó sus sentimientos y sus deseos en su vida escrita por ella misma. SANTA TERESA Y S. JOSÉ. — He aquí como se expresa Santa Teresa: "Tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendeme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma: que a otros santos parece les dió el señor gracias para socorrer una necesidad; a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fué sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide. Esto han visto otras algunas personas, a quien yo decía se encomendase a él, también por experiencia; y aun hay muchas que le son devotas de nuevo experimentando esta verdad." (Vida. cap. VI.) Para responder a numerosos deseos y a la devoción del pueblo cristiano, el 10 de Septiembre de 1847, Pío IX extendió a la Iglesia universal la fiesta del Patrocinio de S. José que había sido concedido a la Orden de los Carmelitas y a algunas Iglesias particulares. Más tarde, Pío X debía elevar esta fiesta al rango de las mayores solemnidades dotándola de una Octava. Pongamos pues nuestra confianza en el poder del augusto Padre del pueblo cristiano, José, sobre quien han sido acumuladas tantas grandezas para que las repartiese entre nosotros, en una medida más abundante que los otros santos, las influencias del misterio de la Encarnación del mal ha sido, después de María, el principal ministro sobre la tierra. En esta fiesta dedicada a S. José como protector de los fieles, la Santa Iglesia, por el Introito, nos hace cantar las palabras en las cuales David expresa la confianza que ha puesto en la Protección del Señor. San José es el ministro de esta protección divina, y Dios nos la promete, si nos dirigimos a su incomparable servidor. Ps. 32, 20-21. — El Señor es nuestro ayudador y nuestro protector: en El se alegrará nuestro corazón, y confiaremos en su santo nombre, aleluya, aleluya. — Salmo: Tú, que riges a Israel, atiende: tú, que guías a José como a una oveja. ℣. Gloria al Padre. Oh Dios, que, con inefable providencia, te dignaste elegir a San José para Esposo de tu Santísima Madre: haz, te suplicamos, que al que veneramos en la tierra como Protector, merezcamos tenerle por intercesor en los cielos. Tú, que vives. Lección del libro del Génesis. (49, 22-26). ¿Quién ha merecido más que el Esposo de María, el Protector de los fieles, ser llamado "Pastor de un pueblo y fuerza de Israel"? Todos nosotros somos su familia: él vela por nosotros con amor; y en nuestras tribulaciones, podemos apoyar en él nuestra confianza como sobre una roca inexpugnable. L a herencia de S. José es la Iglesia, que las aguas del Bautismo riegan sin cesar y la hacen fecunda; allí ejerce su poder bienhechor sobre los que confían en él. Jacob promete al primer José inmensas bendiciones, cuyo efecto durará hasta el día en que el Salvador prometido "descienda de las colinas de la eternidad". Entonces comenzará el ministerio del segundo José, ministerio de socorro y de protección, que durará hasta el segundo advenimiento del Hijo de Dios. En fin, si el primer José es presentado en la profecía como Nazareno, es decir, consagrado a Dios y santo en medio de sus hermanos, el segundo cumplirá el oráculo más literalmente aún; pues no solamente su santidad aventajará a la del hijo de Jacob, sino que su morada será Nazaret. Allí habitará con María, allí vendrá a la vuelta de Egipto, allí acabará su santa carrera; en ñn por haber habitado allí con él, su hijo adoptivo, Jesús, Verbo eterno, "será llamado Nazareno". (S. Matth., II , 23.) En el primer Verso aleluyático se oye la voz de S. José. Invita a los fieles a recurrir a él, y les promete una ayuda pronta. En el segundo, la Iglesia pide para sus hijos que se apresuren a imitar la pureza del Esposo de María, al mismo tiempo que implora para ellos su Patrocinio. ℣. En cualquier tribulación, en que clamaren a mí, les oiré, y seré siempre su protector. Aleluya. ℣. Haznos correr, oh José, una vida inofensiva: y esté siempre defendida por tu patrocinio. Aleluya. Continuación del santo Evangelio según San Lucas. JESÚS, "HIJO DE JOSÉ". — ¡Jesús considerado como hijo de José"! Así, el amor filial de Jesús para con su Madre y las consideraciones debidas al honor de la más pura de las vírgenes, llevaron al Hijo de Dios, hasta aceptar durante treinta años, el nombre y la apariencia de hijo de José. José se ha oído llamar padre por el Verbo increado cuyo Padre es eterno; recibió de un hombre mortal los cuidados de la infancia y los alimentos en sus primeros años. José fué el jefe de la sagrada familia de Nazaret, y Jesús reconoció su autoridad. La economía misteriosa de la Encarnación exigía esas asombrosas relaciones entre el creador y la creatura. Pero si el Hijo de Dios sentado a la diestra de su Padre ha retenido a la naturaleza humana indisolublemente unida a su persona divina, no por eso se ha despojado de los sentimientos que profesó aquí abajo hacia los otros dos miembros de la familia de Nazaret. Hacia María su Madre en el orden de la humanidad, su ternura filial y sus atenciones no han hecho más que aumentar; pero no podemos dudar que el afecto y la deferencia que tuvo para con su padre adoptivo estén también presentes eternamente en el corazón del Hombre-Dios. Ningún mortal tuvo con Jesús relaciones tan íntimas y tan familiares. José, por sus cuidados paternales para con el hijo de María, ha hecho sentir reconocimiento al Hijo del Eterno; es justo pensar que honores particulares y un crédito superior en el cielo han pagado este reconocimiento. Tal es la creencia de la Iglesia, tal es la confianza de las almas piadosas, tal es el motivo de la institución de la solemnidad hoy. (Dom Prosper Gueranger, el Año litúrgico)
TÍTULOS DE SAN JOSÉ A NUESTRA DEVOCIÓN.
Introito
Colecta
Épistola
José es un retoño pujante, un retoño que crece al pie de las aguas, cuyas ramas se extienden por el muro. Y se irritaron contra él, y le injuriaron y le asaetearon los arqueros. Pero su arco permaneció firme, y los lazos de sus manos y pies fueron desatados por el poder del fuerte Jacob: de allí salió el pastor, la piedra de Israel. El Dios de tu padre será tu ayudador, y el Omnipotente te bendecirá con bendiciones del cielo de arriba, con bendiciones del abismo de abajo, con bendiciones de los pechos y del vientre de la madre. Las bendiciones de tu padre serán aumentadas con las bendiciones de sus padres: hasta que venga el Deseado de las colinas eternas, estarán sobre la cabeza de José y sobre la frente del Nazareno entre sus hermanos.Reflexión sobre la Epístola
Aleluya, aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo sucedió que, cuando se bautizaba todo el pueblo, se bautizó también Jesús: y, orando El, se abrió el cielo: y descendió sobre El el Espíritu Santo en forma de paloma: y dijo una voz del cielo: Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido yo. Y el mismo Jesús comenzaba a tener como unos treinta años, y se le creía hijo de José.Reflexión sobre el Evangelio